23. Ordeñar una vaca

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Juan Pablo Villamil.

- ¿Villa?

Oigo su voz a través de la bocina de mi celular luego de 3 días y el impacto es demoledor.

Todo mi pecho se calienta y luego se enfría, y esa vibración ronca de su voz diciendo mi nombre, incluso aunque suena absolutamente sorprendida, envía chispas de pura magia a través de mis terminales nerviosas.

- Hola, Cherry – La saludo tímidamente. No quiero decir ese nombre que no es el suyo, y la valentía me ha abandonado.

Ya no sé cómo tener esta charla con ella.

Para ser franco, solo quiero oírla decir mi nombre otra vez y nada más.

- Eh...¿Pasó algo? – Pregunta, obviamente perdida por el motivo de mi llamada

- No, nada. ¿Está en su casa?

- Si

- ¿Me puede abrir? Estoy afuera

Se queda callada como si no me hubiera entendido.

Me alejo el celular del oído para verificar si me colgó justo en el momento en el que la puerta se abre, y me encuentro con sus ojos.

Todavía tiene el celular en el oído, y parpadea lentamente hacia mí de una manera que me transporta un par de años atrás, y de repente me encuentro mirando a esa chica a la vez tímida y a la vez arrolladora con la que tropecé en un pasillo del aeropuerto.

El hecho de que vaya vestida con un saco blanco de Morat tampoco ayuda mucho a que esa imagen se disipe.

Tiene el pelo recogido en una trenza que descansa sobre su hombro. Está usando un short negro y va descalza, y me distraigo mirando las uñas de sus pies pintadas de rosa neón.

Tiene una cadenita dorada con un dije en forma de muffin alrededor del tobillo.

Mis ojos ascienden por toda la extensión de sus piernas lentamente, hasta volver a su cara sorprendida. Sus ojos están muy abiertos y brillantes, y sus labios están ligeramente separados en una expresión que es de puro asombro.

Parpadea algo más rápido, como si esperara que, si no se asegura de que de verdad me está mirando, voy a desaparecer.

- Estoy borracha – Declara sin sentido

- ¿Qué?

Ella sacude la cabeza mientras baja el celular y cuelga la llamada.

Se hace a un lado para dejarme pasar.

Vengo directamente del aeropuerto, así que arrastro mi maleta hacia el interior de su casa. En cuanto doy un paso dentro, soy arrollado por una nube de olor a algo dulce.

La barra de la cocina está llena de implementos de panadería que desconozco, pero definitivamente hay algo en el horno que huele muy, muy bien.

Una botella de ron Barceló está destapada junto a un montón de tubos de crema pastelera de colores.

Dejo mi maleta junto a su sofá y giro para mirarla. Ella tiene los dedos manchados de algún pigmento rojo y otro rosado, y los enrosca nerviosamente entre sí cuando se da cuenta de que estoy mirándola de nuevo.

Se aclara la garganta.

- ¿Qué haces aquí? – Me pregunta en una voz baja e insegura que no parece la suya

- Vine a escucharla

- ¿Escucharme? – Repite, frunciendo el ceño

Esto no está yendo como esperaba.

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora