53. Epílogo: Parte I

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Junio de 2022.

Prisión de Rikers, Nueva York.

Ella ya no tiene ese saltito cuando camina.

Su pelo, siempre intacto, brillante y lustroso a pesar de las condiciones deplorables de la prisión está recogido en una cola de caballo porque no se lo ha lavado en una semana, y no le importa.

La vida ha perdido todo el sentido desde que la única persona cuyo abrazo se sintió como un refugio se ha ido.

Nunca le importó estar sola, porque siempre confió en un destino.

En un futuro.

Pero ya no queda nada.

No quiere un futuro sin ella.

No quiere nada más que recostarse en su litera dura y llena de bultos y desaparecer, pero sabe que tiene que hacer esto.

Se acerca a él mirándose los pies, y se sienta pesadamente al otro lado de la mesa que él está ocupando.

- Lo siento por hacerte venir – Se excusa

- Hola, Guada – Le dice él con una sonrisa

Han hablado por teléfono incontables veces, pero está es la primera vez que escucha su voz de verdad.

Por fin levanta la mirada, y esos ojos verdes parecen absorberla y llevársela, y es una sensación que no puede explicar.

La entiendo.

¿Cómo no la voy a entender?

Esos ojos solían ser mis estrellas.

Se aclara la garganta.

- ¿Cómo está Lara?

- Muy bien. El peligro de que rechazara el corazón ya pasó, aunque la doctora sugiere que nos quedemos en la ciudad por un par de meses más para monitorearla de cerca. Le dan inmunosupresores hasta por las orejas, pero está acostumbrada a eso

Ella asiente.

Las lágrimas le inundan los ojos.

Villa la mira con un pesar profundo.

Ella sacude la cabeza y se cubre la cara con las manos.

- Lo siento, tú estás ahí entero y yo estoy así, como si yo hubiera sido la que perdió algo. Lo lamento mucho

- Tú también la perdiste – Señala él, y estira la mano a través de la mesa para tomar la de ella

Ella no solo me perdió, sino que fue quien tuvo que recoger mis cosas cuando no volví.

Fue la que se quedó mirando el río a través de la ventana la tarde en la que todos los demás viajaron a Boston y en otro río a muchos kilómetros de este, me escribieron despedidas en hojas de papel que luego doblaron en forma de barquitos y dejaron flotar en el agua mientras se bebían una cerveza en mi nombre en Back Bay.

Fue la última persona que me abrazó.

Es la que tiene que ver mi litera vacía todos los días.

- No me he podido despedir de ella. No sé cómo – Solloza Guada, aunque se limpia las lágrimas furiosamente, como si estuviera enojada consigo misma por su dolor - ¿Cómo estás entero, Villa?, ¿Cómo haces...?

Para seguir.

Para no morir.

Para que algo siga teniendo sentido.

- Por ella – Responde él con un encogimiento de hombros – Porque me decía hasta el cansancio que encontrara un momento épico en cada día, y no hacerlo se siente como tirarle su amor a la cara. Todavía me despierto en las mañanas y por un segundo, cuando la realidad aún no se ha asentado, todo parece mentira. Sigo estirando un brazo a ciegas esperando que esté dormida al otro lado de mi cama. Sigo buscando ese olor a cerezas y azúcar. Todavía voy por la calle y veo a una mujer con el pelo rubio fresa y paro de caminar y miro dos veces, por si es ella. No estoy entero, Guada. Pero me di cuenta de que incluso en pedazos sigues adelante y das lo mejor de ti, porque la única forma de honrar a los que ya no están es ser personas mejores gracias a su amor

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora