Bogotá.
Julio, 2021.
Juan Pablo Villamil.
Me detengo ante la puerta del departamento de Pastelito y suspiro.
No me sentía tan nervioso por ver a una mujer desde que tenía 16 años.
Vive en un aparta estudio en el primer piso de un edificio de 6 pisos de aspecto antiguo, aunque todo parece bien cuidado.
El suelo de madera del pasillo está lleno de rayones y se nota que hace años que ya no brilla, pero combinado con las paredes pintadas de un tono amarillo mostaza y las luces amarillas redondas empotradas en el techo, dotan todo de una calidez que debería ser calmante, pero mis nervios están a flor de piel.
Cuando la puerta se abre, estoy seguro de que mi corazón se detiene por un rato que debe ser médicamente inquietante.
Ella está usando un vestido gris oscuro de cuello tortuga y sin mangas, de una tela cómoda e informal como de camiseta, que se aferra de manera descarada a cada curva de su cuerpo, hasta el final de su longitud bajo sus rodillas. El pelo de ese tono que no soy capaz de describir le cae largo y lacio por la espalda, y lleva unos tennis blancos en los pies.
Está vestida de manera cómoda y sencilla, así que carece absolutamente de sentido que se vea tan deslumbrante.
A lo mejor es por ese cuerpo enloquecedor lleno de curvas, o podría ser solo por esa sonrisa radiante que me dedica antes de acercarse y saludarme con un beso dulce y lento.
- Hola, Pastelito – Le digo con una sonrisa mientras la sostengo por la cintura
- Hola, cielo – Me dice, sonriendo de vuelta – Estás muy hermoso
Arrugo la nariz, porque esos halagos me hacen sentir un poco intimidado, y vergonzosamente cálido y suave, como si me estuviera derritiendo de adentro hacia afuera.
Que horrible. Parezco un niño.
Ella se ríe.
- Estás sonrojado – Se burla
- Cállate – La regaño - ¿Recuerdas cuando dijiste que cada día debería tener un momento épico, incluso aunque fuese algo pequeño?
- Lo recuerdo – Asiente
- Verte es mi momento épico, Pastelito
Se muerde el labio con timidez, y veo como el rubor le cubre las mejillas.
Por un segundo, vuelve a ser la chica del aeropuerto, que era en parte arrolladora y en parte un manojo de nervios, tan contradictoria que ni siquiera yo me di cuenta de lo mucho que me cautivó.
Se pone en puntas de pies y deja un besito en mi mandíbula.
Luego me toma de la mano y me invita a pasar a su casa. Cierra la puerta cuidadosamente tras de mí mientras paso la mirada por la estancia con curiosidad.
Hay bastante para ver, por un lado porque tiene decoraciones de todo tipo, y por otro porque el espacio es diminuto.
La puerta nos trae a un espacio que es una especie de sala comedor, separado de la cocina por una pequeña barra americana.
Desde acá veo la puerta abierta de una única habitación, frente a otra puerta cerrada de lo que debe ser un baño, y eso es todo. Lo más remarcable es que la sala está dominada por una vidriera del techo al suelo, que se abre a un pequeño patio que ella tiene lleno de plantas coloridas, bonitas, y cuidadas.
- Ponte cómodo – Me dice antes de darle un apretón cariñoso a mis dedos – La cena va a estar lista en dos segundos. ¿Quieres una cerveza?
- Vale – Asiento distraídamente, porque su espacio me genera mucha curiosidad
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- Agua -
FanfictionTodo se cura con agua salada: sudor, lágrimas o agua de mar. Ella se convirtió en su agua salada. Y luego se fue. ...El amor es caprichoso.