9. Si puedo decirlo

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Bogotá.

Mayo, 2021.

Juan Pablo Isaza

Hay muy pocas personas en el mundo capaces de hacerme ver las cosas con claridad cuando estoy decidido a no verlas.

Sé que soy muy terco.

En muchos momentos de mi vida, eso ha sido más un don que una traba.

¿Quién demonios habría llegado tan lejos con una banda de adolescentes luego de que nos rechazaran para tocar en tantas partes, y un mánager salido de la nada nos dijera que debimos haber nacido en Argentina en los 70's?

Yo.

El único que nunca lo dudó ni por un minuto, a pesar de todo.

Porque soy terco cuando creo en algo, incluso si soy el único que lo cree.

Desafortunadamente, soy igual de terco cometiendo errores.

El problema es que me cuesta una vida darme cuenta.

Desafortunadamente, ese pequeño grupo de personas capaces de hacerme abrir los ojos cuando más lo necesito, coinciden este día sin proponérselo, lo que en realidad está bien.

El problema es que la serie de sucesos que lleva a flaquear mis convicciones no tiene nada de placentero.

En este preciso instante, me dirijo de vuelta a mi casa junto a Villa, porque el maldito electricista que trabajó en el estudio de Morat hizo un puto desastre, y en el instante en el que encendimos la consola, algo hizo corto.

Parece que la consola está intacta, pero ahora el jodido estudio no tiene luz, y realmente quería trabajar en unas mezclas para mi hermana.

Así que estamos volviendo enfurruñados y cabizbajos a trabajar en el estudio de mi casa, especialmente porque rara vez discuto con Villa, pero ambos tenemos una visión muy distinta de esta canción y me molesta sobremanera cuando no estamos de acuerdo en términos musicales, porque siempre me quedo sintiendo que la decisión opuesta a la que se tome, a lo mejor pudo haber sido más acertada.

- Susana quiere el beat bien marcado – Reniega Villa mientras salimos de mi auto. Ruedo los ojos

- Susana tiene un productor precisamente para que enaltezca sus canciones, y creo que pasar de 3 canciones acústicas a algo tan electrónico no tiene sentido – Alego de vuelta mientras cierro con un portazo. Villa rueda los ojos

- ¿Para qué putas me invitó a ayudarlo con esto si iba a terminar haciendo lo que le da la regalada gana? – Reniega mi amigo

- Para que deje de estar como un gato mojado por Pastelito – Me burlo. Él me lanza una mirada fulminante

- Cállese, sapo – Reniega.

Pero al menos el chiste rompe algo de tensión.

Villa me pega un puño en el hombro. Le doy una palmada en la parte de atrás de la cabeza.

Empezamos a manotearnos mientras agarramos nuestras guitarras del baúl del auto, y estamos golpeándonos mutuamente con absoluta inmadurez cuando entramos a la casa.

Sin embargo, Villa se queda a medio camino de darme un golpe, lo que hace que mi palma pegue de lleno en su mejilla con más fuerza de la que pretendía, porque creí que iba a defenderse.

Ni siquiera le importa el bofetón descuidado que acabo de darle, porque sigue mirando algo por encima de mi hombro.

Parece tan anonadado que me vuelvo para verificar qué pasa.

- Agua -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora