Capítulo 29 - Los puntos sobre las íes

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Anya

Abro mis ojos con dificultad, ahora sí que siento como si una aplanadora me hubiese pasado por encima. Me cuesta mover cada músculo del cuerpo y no quiero saber como estarán mis partes más usadas por el ejercicio extremo.

Respiro profundo e intento levantarme para ir al lavabo. Me siento en la cama y una punzada de dolor atraviesa no solo mi centro sino también mi parte trasera.

Apoyo los pies en el suelo como puedo y me levanto; Dios, me tiemblan las piernas. Con pasos tambaleantes llego hasta el lavabo, abro el agua para llenar la bañera mientras hago mis necesidades y me lavo los dientes.

Miro el reloj y son más de las seis de la tarde; mi tormento se tomó muy en serio el no darme tregua. Hasta que no obtuvo una eyaculación seca no dejó de hacerme el amor de todas las maneras posibles, y eso fue hasta el mediodía.

No sabía que un hombre podía reponerse tan rápido siendo como un semental; ojalá y le escueza la polla como a mí mis partes, sino ya veo que esta noche tampoco duermo.

Luego de un baño reparador de media hora estoy lista para salir de la habitación, camino hacia la cocina pero, me detengo ante una escena que me hace hervir de celos.

Andrea está muy serio hablando con Patrick mientras la suricata esa, llamada Valeria, se abraza a mi hombre y lo besa en la comisura del labio.

«Esto estuvo hasta aquí», pienso enfadada.

Yo también sé jugar a ese juego y no creo que les guste..., con lo celoso que es Patrick no le hará ninguna gracia. Solo espero que no me castigue, aunque la verdad me da igual, estoy dispuesta a todo por defender lo que es mío.

—¡Aquí estabas Andrea! Cariño, te estaba buscando, necesito que me acompañes al dormitorio; hay unas cosas que te quería enseñar —digo dándole un beso tierno en la mejilla y entrelazando mis dedos a los suyos.

Se tensa porque sabe lo posesivo que es mi hombre, es capaz de torturarlo o algo peor por esto, pero la cara de celos de la suricata es lo que me emociona.

—¡Tenéis diez segundos para alejaros el uno del otro si no queréis que corra sangre! ¡¿Qué mierda le tienes que enseñar en nuestra habitación?! —dice Patrick furioso mientras se acerca peligrosamente a nosotros.

—¿Se siente feo verdad? Esto es para que pruebes un poco de tu propia medicina; así que no repliques, como yo no lo hago cada vez que Valeria te besa en la boca o muy cerca de esta, mientras te manosea. Agradece que yo no sea tan descarada como ella —digo levantando los hombros y sonriendo con sorna.

—¡No juegues conmigo Anya! —mi hombre está que trina.

—¡Aquí el único que está jugando eres tú, que no le pone límites a esta mujer! —me acerco y le cojo el paquete de súbito sorprendiéndolo, luego le digo—: ¡Esto es mío! ¡Como te vea siquiera acercarlo a otra, te lo corto! —no da crédito a mi arrebato de posesividad.

—Tú y yo arreglaremos cuentas más tarde —contesta apretando los dientes.

—Cuando quieras bombón —hablo sin más, para posar mi vista en la suricata; la miro de arriba a abajo, la señalo con el dedo y espeto—. Como vuelvas a poner tus asquerosas garras sobre mi marido de forma insinuante o besarlo como lo has venido haciendo hasta ahora, no respondo —me mira anonadada.

—Patrick, ¡¿no le vas a decir nada?! —como a mi marido se le ocurra defenderla se queda sin sexo un año. Pero, por las dudas contesto yo.

—¡Él no tiene nada para decirme! Te recuerdo que la dueña y señora de esta casa soy yo. ¿Ves este anillo? Dice que soy su esposa, y eso significa que no voy a tolerar ninguna falta de respeto hacia mi persona.

Desvelando tus secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora