Capítulo 1.

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POCHÉ

Mi reflejo me mentía.

Me mostraba a una mujer feliz con brillantes labios rojos y sombra de
ojos color coral. Una mujer que parecía que acababa de ganar la lotería, no una con el corazón roto que llevaba los cuatro últimos años tratando de rehacer su vida.

«No aparentas tu edad... No aparentas tu edad...».

Casi podía indicar hasta dónde iban a llegarme las arrugas, por dónde se multiplicarían los pliegues de los párpados mientras se extendían sin parar; por dónde se me diluirían los labios y se me disolverían en la boca.

Hasta ahora había tenido suerte, pero estaba segura de que solo era gracias a las múltiples cremas antienvejecimiento y antiarrugas que me aplicaba desde hacía tiempo.
En dos semanas cumpliría cuarenta años, y estaba empezando a mostrar todos los síntomas de una crisis de mediana edad.

Comenzaba a cuestionarme todo lo que había hecho en mi existencia, comparándome con mis amigas, mientras me preguntaba si volvería a encontrar más satisfacciones a lo largo del camino.

— ¡Poché, espabila! ¡Vamos a llegar tarde! —me gritó mi amiga Paula desde la cocina.

— ¡Ya voy! —chillé, cogiendo la chaqueta antes de bajar las escaleras. Me eché un último vistazo en el espejo del pasillo y maldije entre dientes.

No podía creerme que me hubiera dejado convencer por Paula para asistir a otra fiesta para solteros. Nunca conocía a nadie con el que mereciera la pena perder el tiempo en esas cosas, y el fétido olor de la desesperación siempre flotaba en el aire.

— ¡Estás estupenda! —me dijo Paula mirando mi vestido negro con escote palabra de honor—. ¿Te puedo pedir prestada tu ropa?

— Solo si yo te puedo pedir prestada tu vida...
Puso los ojos en blanco e ignoró mi pesimismo, como de costumbre.

— Esta noche es la noche, lo presiento. Hoy conocerás al hombre perfecto.

«Siempre dice lo mismo...».

— Pau, ¿de verdad es obligatorio que vayamos? Tengo que mirar algunas cosas del trabajo y...

— ¡¿El día de fin de año?! ¿Es que te has vuelto loca? ¡Vamos a salir!

— ¿Por qué? Hemos asistido a un montón de fiestas así y siempre es lo mismo... ¿No podemos quedarnos en casa, beber un poco de vino y charlar?

— Poché... — La miré mientras se dirigía a la puerta—. Vamos a salir — repitió, abriéndola—. Ahora. No tienes trabajo que hacer, y lo sabes. Y te toca conducir a ti, así que vamos.

——

Me acerqué al bufé libre y me puse algunos chips vegetarianos en el plato. Leí el letrero que se balanceaba sobre la barra con un suspiro:

«FIESTA DE FIN DE AÑO PARA SOLTEROS. PERMITE QUE LA MAGIA FLUYA».

Sin tener en cuenta aquel mensaje tan ñoño, el interior del Pacific Bay Lounge dejaba mucho que desear: las mesas eran tablas de surf, había viejos bancos de jardín por doquier y del techo colgaban sucias banderillas de colores azules y verdes para que parecieran olas.

El salón era inmenso, aunque no suponía una sorpresa, ya que la gente que se sentía sola acostumbraba a acudir a este tipo de eventos.

Estaba tan hecha a ellos que me había convertido en una buena lectora de actitudes: el tipo que había junto a la ventana tenía por lo menos sesenta años, aunque el tinte que debía de llevar echándose más de veinte años comenzaba a pasarle factura; era evidente que la mujer que bailaba al lado de los altavoces acababa de divorciarse, pues todavía usaba la alianza y se tomaba un trago cada vez que el DJ gritaba: «¡Un brindis por todas las solteras!».

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora