Capítulo 58.

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POCHÉ

Iba a romper con Daniela. Hoy mismo.
No podía seguir soportando esta mierda. Era demasiado estresante y me había cansado de llorar a solas. Necesitaba poner fin a este asunto para no volverme loca, por mi salud. Sabía que, de todos modos, ella y yo acabaríamos dejándolo de todas formas aunque nuestra relación hubiera sido increíble. Así que había llegado el momento de cortar con Daniela.

Ella no tenía ni idea de lo que había estado pasando durante las últimas semanas, y yo no iba a decírselo. Juntaría las piezas con el tiempo, y, para entonces, esperaba que hubiera encontrado a alguien mucho mejor para ella.
Llevaba un tiempo sopesándolo, pero una noche que me puse a llorar entre sus brazos mientras Daniela dormía, supe que había llegado el final.
No había almorzado con ella, y había respondido con evasivas tipo «Aquí andamos muy ocupados, pero te prometo que nos veremos más tarde» a sus cariñosos mensajes de texto.

No me había molestado en abrir ninguna de las notas que llegaron con las flores y los bombones; no quería cambiar de idea.
Esperé hasta el final de la jornada de trabajo, ensayando mi discurso una y otra vez mientras me preparaba para su reacción. En cuanto me saltó la alarma que había puesto en el móvil cogí el ascensor hasta su despacho.

—Buenas tardes. —Me detuve ante el escritorio de su secretaria y me aclaré la garganta—. ¿Está disponible la señorita Daniela?

—Señorita Garzón—dijo sonriente—. Sabe tan bien como yo que siempre está disponible para usted.

Me dio un vuelco el corazón.
—Lo sé, pero no estará ocupada con algún cliente, ¿verdad? No me gustaría interrumpir nada importante...

—¡Oh, no! En absoluto. La última cita fue hace una hora. —Cogió el teléfono—. ¿Señorita Daniela? La señorita Garzón ha venido a verla.—Me hizo una seña para que entrara.

Suspiré y cerré los ojos antes de girar el pomo de la puerta.

«Concéntrate y hazlo rápido... No montes una escena. No llores. Haz lo que debes sin llorar...».

En el momento que entré, me encerró en sus brazos y me besó.
—Eres lo mejor del día. —Me llevó a su escritorio y me dejó en el suelo—. ¿Te encuentras bien? Pareces enferma...

«Creo que debemos romper... Creo que debemos romper... ¡Dilo!».

—Estoy bien.

—Mmm... —Se acercó al gabinete y cogió una botella de agua. Me la ofreció y, cuando la cogí, me puso la mano en la frente como si comprobara si tenía fiebre—. ¿Segura que estás bien?

Asentí con la cabeza.

Se metió la mano en la chaqueta para sacar del interior una cajita rectangular de joyería.
—Iba a dártelo ayer, pero la reunión del consejo se alargó tanto que me olvidé. Quiero que la abras luego.

—No puedo aceptar...

Puso los ojos en blanco y la dejó caer en el bolso. Luego fue detrás del escritorio para empezar a recoger sus cosas y guardarlas en el maletín.
—¿Sigue en pie la cena de esta noche? Andrea y Lucia han previsto cocinar ese pastel de manzana tan...

—Creo que debemos romper.

Levantó la cabeza de golpe.
—¿Qué?

Sentí un nudo en la garganta, pero me obligué a tragarlo.
—No deseo seguir saliendo contigo... —Se me secó la boca mientras contenía las lágrimas.
Pensé que diría algo... Lo que fuera, pero solo hubo silencio. Un silencio ensordecedor. Se acercó a mí con los ojos entrecerrados, lo que me obligó a retroceder hasta la pared.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora