Capítulo 40.

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POCHÉ

Di una vuelta más en la cama, deseando conciliar el sueño, pero no había manera. Solo era capaz de pensar en ella... En Daniela tocándome, besándome, abrazándome...

Después de que me hubiera dejado en casa, me prometí a mí misma que me pasaría el domingo sola para poder analizar la situación entre nosotras.
Necesitaba acotar mis expectativas, estudiar lo que ocurriría en el mejor y en el peor de los casos y sopesar los pros y los contras de todo aquello.

Incluso invité a Mari y a Paula para que habláramos mientras bebíamos vino y comíamos queso frío, y para que me distrajeran si me daban ganas de llamarlo o enviarle mensajes de texto.
De repente, comenzó a sonar la alarma del móvil, la que había puesto para ir a correr.

Toqué el teléfono para apagarla; esa mañana no pensaba ir a correr ni de coña.
El aparato cayó al suelo con un ruido sordo, pero la alarma siguió sonando.

—¡Ag! —Me bajé de la cama y me arrodillé en el suelo para buscarlo en la oscuridad.
Cuando por fin lo encontré, me di cuenta de que no era la alarma lo que estaba sonando, sino una llamada... de Daniela.

—¿Hola? —contesté.

—¿Qué haces?

—¿A las cinco de la mañana? Es fácil de imaginar.

—¿Qué te parece si sales de casa y me dejas secuestrarte por un día?

—¿Qué? No. Voy a volver a la cama. Ya nos vimos ayer. No es necesario que...

—¿Podría, por favor, secuestrarte solo por un día?

—No. Deberías haberlo mencionado antes. No quiero...

—No soy esa clase de persona que se dedica a preguntar muchas veces, María José. Te recojo dentro de veinte minutos. —Y colgó.

«¡¿Qué?!».

Me estiré en el suelo, confusa, intentando procesar lo que estaba pasando. Tenía planes para todo el día: planes concretos, definitivos, que no incluían a Daniela. No podía permitir que siguiera impulsándome a hacer todas estas cosas espontáneas. No era así como debían ser las cosas. Por otra parte, ni siquiera estaba segura de qué era esto.

Daniela: «Diez minutos».

Suspiré. No quería saber qué se le ocurriría si no me encontraba fuera. Fui corriendo al cuarto de baño y me cepillé los dientes.

Elegí unos pantalones holgados y una camisa roja, sobre la que me puse un fino jersey gris. Luego bajé a la cocina y dejé una nota en la nevera para Andrea y Lucia.

«Espero que se lo pasen bien hoy, pero asegúrense de dejar fregados todos los platos por la noche. Dejé treinta dólares en el tocador de mi habitación para el almuerzo y la cena. Si viene la abuela por la batidora, está en el cajón.
Las quiero.»

Cogí una caja de galletas y salí al exterior, aunque puse los ojos en blanco cuando vi que Daniela salía del coche con conductor. Me abrió la puerta trasera y sonrió mientras me acercaba.

—Buenos días, María Jose.

No respondí. Me metí en el coche y me acerqué al otro lado.

—¿Estás ignorándome? —Inclinó la cabeza hacia un lado.

Crucé los brazos mientras me apoyaba contra la puerta: estaba demasiado cansada para ponerme a hablar con Daniela.
No podía creer lo que pensaba, que podía exigirme que la acompañara a cualquier hora del día, que debía decirle dónde estaba y asumir que estaba dispuesta a seguirla adondequiera que quisiera ir.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora