Capítulo 10.

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La miré en silencio, rogándole con los ojos que no la hiciera sentir incómoda, pero era evidente que a ella no le molestaba lo más mínimo aquel alocado interrogatorio. Parecía tranquila y completamente controlada.
Comenzó a pasarme las yemas de los dedos por el muslo como si fuera una guitarra.

— Trabajo, viajo y colecciono yates en mi tiempo libre.

«¿Acaba de decir "yates"? ¿En plural?».

— ¿Y cuál es la razón por la que no estás casada? ¿Eres demasiado rica para atarte a nadie? ¿Te divierte acostarte con una mujer diferente cada noche?

«Por favor, Dios, que se calle de una vez...».

Paula le estaba dirigiendo a Mari la mirada más intensa de la historia. Parecía estar a punto de arrancarle los ojos.

— No... —Sonrió—. Definitivamente no es por eso. Supongo que todavía no he encontrado a la mujer adecuada.

— Vale..., me voy al bar a tomar algo más fuerte —intervino Paula. Daniela me soltó el muslo y se puso de pie.

— ¿Una versión más cargada de lo que tenías antes?

Paula asintió.

— Mari, ¿y tú?

— Vale —accedió ella, moviendo las pestañas.

—¿María José? —Me dirigió esa sonrisa de ensueño suya y me olvidé de que sabía hablar.

Negué con la cabeza antes de que se alejara.

— ¡Mari! ¿Qué coño haces? —le soltó Paula

—. Te he dicho que no... —Tranquilízate, ¿vale? —resopló Mari—. Solo me estaba divirtiendo un poco. Está claro que anda detrás de Poché. Ha estado tirándosela con los ojos toda la noche.

— ¡Mari! —Moví la cabeza.

— ¿Qué? ¡Es la verdad! Se la está follando con la mirada ahora mismo, desde la barra. Y tú has estado haciendo lo mismo. Deberíais dejaros llevar. Los baños privados son muy sugerentes..., ya sabes.

Me eché a reír. Debería haber sabido que Mari solo estaba jugando con ella. A menudo le gustaba poner a prueba a la gente.

Daniela se acercó con más bebidas.

— Un Paraíso Dorado para ti, Paula. —Lo deslizó sobre la mesa—. Una triple Nube de Chocolate para ti, Mari. Y para ti... —añadió mientras me cogía de la mano—, ¿bailas conmigo?

— Claro. —Me levanté y le cogí la mano.
Me condujo por dos juegos de escaleras de piedra hasta el frente del escenario, donde una orquesta había empezado a tocar.

Me puso las manos en su cuello antes de rodearme la cintura con los brazos, y comenzamos a movernos al ritmo de una canción que no había oído antes. Estábamos tan cerca la una de la otra que su olor inundaba mis fosas nasales, un aroma penetrante y embriagador que hacía que quisiera no soltarle nunca.

— ¿Qué tal te ha ido hoy el día, María José?

— Bien. ¿Y el tuyo?

— Ha sido horrible... —me acercó más hacia sí—, hasta ahora.

«En serio, tendría que haberme puesto bragas...».

— ¿Sabes? Hubiera jurado que mi coche no tenía asientos de cuero ni ventanas tintadas cuando te hiciste cargo de el el otro día.

—¿No? —sonrió.

— No..., muchas gracias. Y también aprecio el cambio de mesa.

— De nada.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora