Capítulo 24.

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Me sonó el móvil; era ella.
No esperé a que hubiera otro timbrazo para responder.

—¿Hola?

—Hola, María José. Estás despierta muy tarde.

—Es necesario. Estoy llevando a cabo algo importante.

—Estás en la cama, ¿no?

«Aggg...».

—Sí...

Se rio.
—Más mentiras, ¿no? No pienses que me he olvidado de la primera vez. Todavía te toca pagar por ello.

El corazón se me detuvo un instante en el pecho.
—¿Y qué haces tú?

—Todavía estoy en el despacho. Creo que me toca pasar la noche aquí. Ha sido una semana muy intensa, y si no me quedo no podré disponer del papeleo a tiempo.

—¿Más contratos?

—En efecto. Cuando una empresa está a punto de salir a bolsa, todos quieren su parte de la tajada. Económicamente es algo positivo, pero resulta muy estresante.

—No quiero ni imaginarlo... Estoy segura de que...

—Deberías venir.

—¿Qué? Ni hablar. Esta tarde ha sido más que suficiente. Nos vemos el lunes.

—No es necesario que nos acostemos, María José. Podemos hablar.

—¿Hablar?

—Sí. Lo que hacemos ahora, solo que en persona.

—Mmm... No, gracias. Ir ahí me llevará cuarenta minutos, así que...

—Mi chófer está aparcado delante de tu casa.

«¿Qué?».

Salté de la cama y miré a través de las persianas. En efecto, había un conductor junto a un lujoso coche negro.

—¿Qué excusa me vas a poner ahora? Y no me digas que tus hijas, porque me contaste la semana pasada que trabajaban los fines de semana.

—Es que...

—Sabes que quieres correr hacia aquí, y no es un mal juego de palabras.

«Maldita sea...».

—Lo voy a pensar un rato y te digo.

—Hasta pronto. —Se rio y colgó.

Fui al cuarto de baño y me extendí una ligera capa de maquillaje en la cara. Luego me puse unos pantalones negros y una blusa morada, y salí a la calle.
—Buenas noches, señorita Garzón—me saludó el chófer en cuanto me acerqué al coche.

«¿Su chófer sabe mi nombre?».

—Buenas noches. Gracias por el paseo...

—Lo que sea por la señorita Daniela—repuso mientras cerraba la puerta.

Mientras el coche recorría la ciudad, me di cuenta de lo preciosa que era la noche en San Francisco, con las luces brillando en los edificios del centro de negocios y las calles despejadas.
El coche se detuvo cuarenta minutos después.

—Señorita Daniela, ya hemos llegado... —oí que decía el conductor—. Sí, por supuesto.

Salió del vehículo y se acercó a mi puerta.
—Por aquí, señorita Garzón. —Me ofreció el brazo para recorrer el garaje de Industries Calle hasta el ascensor privado, donde presionó un botón que ponía «DC».
Mientras subíamos, el hombre mantuvo la vista al frente con una leve sonrisa.

Cuando se abrieron las puertas, Daniela estaba esperándome con una camiseta ceñida y pantalones deportivos. Parecía que acababa de darse una ducha; su cabello seguía húmedo, y se apreciaban algunas huellas de humedad en la camiseta.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora