Capítulo 28.

5.8K 250 5
                                    

No sabía cómo responder. Me quedé allí parada, parpadeando, mientras trataba de procesar lo que me había dicho. No recordaba haberla visto en el Pacific Bay Lounge. Pensaba que nos habíamos visto por primera vez en el supermercado.

Compuse mi mejor cara de póquer y suspiré.
—Es que...

—No es tan difícil. No te estoy pidiendo que me entregues tu corazón ni nada de eso. Solo quiero llegar a conocerte mejor de otras maneras... Solo debes decir: «Me gustas, Daniela, y quiero salir contigo». Nada más.

—Es que...

—Me gustas, Daniela, y quiero salir contigo. —Parecía irritada.

—¿Qué diferencia hay en realidad entre lo que hacemos ahora y la de concertar citas? ¿Cenas en público? ¿Ir al cine?

—Admite que te gusto y te lo demostraré.

—¿Y si no lo admito?

—Seguiremos navegando en el yate hasta que te rindas. Dispongo de todo el año.

«Dilo...».

—Lo pensaré.

—Me vale. —Se acercó y me puso el brazo sobre los hombros—. ¿Era tan difícil?

—No he dicho nada. Solo que lo pensaré.

Puso los ojos en blanco.
—Hay algo más que quiero decirte, pero no aquí. ¿Almorzamos el lunes?

—¿Juntas?

—Sí. Cuando dos personas están saliendo, suelen comer juntas.

—Todavía no quiero que mis compañeros sepan que...

—Llevo todo el mes comiendo con los directores de departamentos. Nadie va a sospechar nada. Pensarán que es otro almuerzo de negocios.

—Vale... —suspiré.

—Bueno. Ahora que ya está solucionado, llevo toda la noche queriendo hacer algo contigo. Movió el brazo que había puesto sobre mis hombros y encerró mi cara entre las manos.
Me miró a los ojos con intensidad, y me preparé para recibir otro beso apasionado, cerrando los ojos y respirando hondo. Entonces sentí que me arrancaba la tirita de Batman.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo, que apretó con suavidad contra mi mano.
—Ningún hombre hecho y derecho debería llevar tiritas de Batman. —Me empujó hacia el sofá.

—¿De verdad estás tan loca?

Me cubrió los labios con los suyos.
—No te haces una idea...

——

Estaba sentada en el despacho, oyendo la idea de uno de los creativos para la sTablet. Eran esos momentos los que me llevaban a desear que el Golden Gate estuviera más cerca para poder correr hacia él y saltar al vacío.

—¿No es increíble? —preguntó Travis—. Con esta idea podremos ganar el mercado de niños entre diez y doce años. Obligaremos a sus padres a que vayan pitando a comprar una. —Levantó el cartel y señaló unos payasos de colores.

—Travis... —suspiré—. El mercado objetivo para este producto son adultos entre veinticinco y treinta y cuatro años. No sé si...

—¡No, espera! Todavía no te he dicho lo mejor. Los payasos mágicos están entregando deliciosos sCaramelos a los niños después de la escuela, ¿lo ves? Por lo tanto, una vez que los niños los tienen en las manos, los payasos se ponen a gritarles que usen la imaginación. Y de repente aparece la sTablet... ¡Magia! ¿Ves? Impresionante, ¿no crees?

«Hoy no estoy de humor para lidiar con esto...».

—Sal de mi despacho. Ahora mismo...

—Pero...

—Ahora mismo.

Recogió los carteles y salió pitando, cerrando la puerta. Recibí un mensaje de texto.

Daniela: «Iré a tu despacho dentro de diez minutos para poder terminar la conversación que iniciamos el sábado».

Miré la agenda prevista para el día, y me di cuenta de que todavía me faltaban ocho presentaciones más. No sabía cómo iba a soportar esto, porque aunque la idea de Travis era demasiado exagerada, seguía siendo la
mejor del día.

Me quité las cómodas zapatillas que usaba en el despacho y me puse los zapatos de tacón. Me invadía la sensación de que hoy me quedaba por delante una larga conversación con Daniela. Habíamos hablado de temas relacionados con salir juntas, mantener una relación exclusiva, pero secreta, y de no apresurar las cosas, pero la conversación había quedado interrumpida por el sexo.

Alguien golpeó la puerta del despacho.
—¡Adelante! —Todavía me estaba cambiando los zapatos—. Pensaba que me habías dicho que tardarías diez minutos... —Levanté la mirada y vi que no era Daniela quien había llamado a la puerta, sino Ernesto.
Me levanté y me alisé el vestido.

—¿Hola?

—Hola, María José. Espero que no te importe que me haya pasado por aquí.

—Entró y me tendió un ramo de rosas amarillas—. He venido a traer algunas recetas a la residencia para ancianos que hay al final de la calle y me he acordado de que trabajabas aquí. Ya que te pusiste mal el sábado y tuvimos que irnos a casa pronto, ¿te parece si lo intentamos de nuevo? ¿Por ejemplo el viernes?

«¡Mierda...!».

—Mmm...

—No iremos a cenar marisco, te lo prometo. —Se rio—. Puedes escoger tú el restaurante, y llevaré el bolígrafo de epinefrina por si te pica una abeja o algo así.

No pude evitar reírme.
—Eso me parece muy atento por tu parte, pero... En realidad, digamos que estoy...

—¿Estás qué...? —Daniela entró en mi despacho en ese momento y se quedó quieta. Miró a Ernesto y luego a mí forzando una sonrisa—.

—Buenas tardes, María José. ¿Y usted es...? —dijo mirando a Ernesto.

—Doctor Ernesto Clarson—se presentó al tiempo que le tendía la mano para estrechársela—. ¿Y usted?

—Daniela Calle.

Ernesto abrió los ojos como platos.
—¿Daniela Calle de Industries Calle? ¿La fundadora?

—Esa misma.

—Oh, bueno... Lo siento si estoy interfiriendo en una reunión o algo así, María José. —Ernesto sonrió—. Solo quería saludarte. —Me miró de arriba abajo—. Y, por cierto, estás impresionante... No creo que exista una prenda que no te quede bien.

—No ha interrumpido nada. —Daniela negó con la cabeza—. No pasa nada, señor Clarson. Almuerzo cada día con un director de departamento; se trata de una muestra de cordialidad, no de trabajo. Estábamos a punto de ir a comer al Water Bistro Café, a dos manzanas. ¿Le gustaría acompañarnos? Corre de mi cuenta.

«¿Qué?».

—Claro, encantado. Me queda otra visita a domicilio, pero está relativamente cerca. ¿Seguirán allí dentro de veinte minutos más o menos?

—Claro que sí. —Daniela sonrió.

—Genial. —Ernesto se adelantó y me dio un beso en los labios—. Nos vemos allí, María José.

De reojo, vi que Daniela apretaba los dientes cuando Ernesto me besó en las mejillas.

—No es lo que piensas... —me disculpé mirando a Daniela cuando Ernesto salió del despacho—. Te juro que no.

—¿Oh, en serio? ¿Y qué estoy pensando?

—Sea lo que sea, no es lo que parece.

—¿Vas a poner esas rosas tan bonitas en agua? —Miró las flores—. Ese pobre médico se ha esforzado mucho para traértelas, así que deberías tratar de mantenerlas con vida.

—Lo haré cuando volvamos...

—Vale. —Aflojó los dientes—. ¿Preparada para marcharnos?


———————————
2/?

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora