Capítulo 25.

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—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Ya estoy aquí! —Entré en su casa dando voces y grité desde las escaleras—: ¡Como no nos marchemos en los próximos veinte minutos, a no ser que quieras...! —Me interrumpí al darme cuenta de que había un hombre rubio en mitad de la habitación—. ¿Y tú quién eres?

—Guau... —Me miró de arriba abajo—. Soy Ernesto Clarson.

—¡Es tu cita de esta noche! —Mi madre apareció por el pasillo—. ¿No te acuerdas? —dijo con intención—. Ernesto, puedes esperar en el salón, tengo que hablar un segundo con María José.

No me molesté en esperar a que el hombre desapareciera. La cogí de la mano y la arrastré a la cocina.
—Mamá, ¿qué está pasando? Pensaba que íbamos a la ópera. Jamás hubiera accedido a...

—¡Sorpresa! ¿Ves? Soy capaz de ser espontánea —dijo—. Las niñas me han dicho que durante los últimos meses has estado trabajando muchísimo, así que se me ha ocurrido que puede ser una buena manera de despejarte.

«Dios...».

—Mamá, ya soy una adulta. No quiero que intervengas en mi vida, y no necesito...

—Claro que lo necesitas. Te mereces encontrar a otra persona, alguien que te trate mejor. Me caía bien Richard, pero puedes aspirar a más. Nunca es demasiado tarde para encontrar el amor de nuevo; no quiero que acabes sola... como yo.

Puse los ojos en blanco ante aquel sutil motivo de simpatía. —¿Quién es ese tipo?

—Es mi médico. En realidad es mi ginecólogo.

—¡¿Qué?!

—No te preocupes... No es lo que estás pensando. No es mi médico directo. En realidad es el dueño de la clínica, por lo que solo se dedica a analizar las citologías.

—Gracias. Ya he oído suficiente. ¿Qué has hecho? ¿Te has presentado en la clínica y le has dicho que tu hija es una mujer triste y deprimida que necesitaba un hombre en su vida?

—No, no le he dicho nada de eso. Solo que debería conocer a mi hija. Que es preciosa y encantadora. Eso es todo... Acaba de cumplir cuarenta y cinco años, sin hijos, y ha hecho algunas inversiones en la Costa Este. Y es médico. Basta de charla. Debes conocerlo.

—No me lo puedo creer...

—¡Créetelo! —Me empujó hacia el salón—. Ernesto, María José , espero que lo paséis muy bien juntos —dijo con una enorme sonrisa—. Estoy segura de que tenéis mucho de lo que hablar... —Clavó los ojos en la puerta.

—Muchas gracias.
Señorita Garzón—me ofreció el brazo—. ¿Está preparada?

Ya dentro del Mercedes de Ernesto, noté que su nombre estaba grabado en los paneles de madera del salpicadero.

—Creo que el que tu madre diga que eres guapa es el mayor eufemismo que he oído decir nunca —comentó con una sonrisa al subir al coche.

Sonreí mientras me recostaba en el asiento, y lo miré de reojo cada vez que se le presentaba la oportunidad. Era muy guapo; en realidad, me parecía muy sexy, con el pelo color miel que brillaba bajo el sol y unos enormes ojos castaños que parecían emitir chispas cada vez que se volvía para mirarme.
Si tenía en cuenta la forma en la que se ajustaba a su cuerpo el traje negro, era evidente que iba al gimnasio y se mantenía en forma.
Sin embargo, a pesar de su buena apariencia y su radiante encanto, no había química entre nosotros. Claro, que, por otra parte, acabábamos de conocernos.

No hablamos mucho durante el trayecto, salvo algún comentario ocasional sobre la música que sonaba en la radio. Los largos períodos de silencio resultaron incómodos, incluso más incómodos que las miradas que intercambiábamos, momentos en los que nos sonreíamos y apartábamos la vista.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora