Capítulo 36.

5.3K 230 3
                                    

En unos minutos, llegamos al aparcamiento, y la miré. No me había dicho nada de lo que le pasaba en el coche. Había estado muy callada y tranquila, sin mostrar ni pizca de su sarcasmo habitual.

—¿Segura que estás bien, María José? Si no quieres, no tenemos por qué comer ahí. Podemos ir a mi casa de la playa, o...

—Seguro. Solo es que estoy un poco cansada.

Sabía que me estaba mintiendo, pero decidí no presionarla más. La ayudé a salir del coche y la guie hasta el restaurante.

—Buenas noches, señorita Daniela. Síganme.

El maître nos llevó a un comedor privado. En las paredes aparecían imágenes con los puntos de referencia más populares de Pittsburgh —el campo del Heinz, la catedral de Learning, el Carnegie Museum—, y estaba segura de que María José comentaría algo al respecto, pero no dijo ni una palabra.

—Bienvenidos a Pittsburgh Rivers, o lo que podríamos llamar un pequeño rincón de la gran ciudad de Pittsburgh en San Francisco —dijo el camarero. Luego nos ofreció las cartas con el menú—. ¿Van a degustar el menú completo o solo medio menú? El especial Hot Metal Bridge solo está disponible en la versión completa.

—Completo. —Noté que María José se encogía.

—Buena elección. Haré el pedido enseguida, señorita. ¿Les apetece probar el vino que recomienda el chef? Es un caldo francés importado.

—¿Cuál es?

—Un vino maravilloso, un Bordeaux de 1975 que...

María José empezó a toser y se levantó.
—Perdón. Vuelvo enseguida.

—No, gracias... —le dije al camarero mientras ella se alejaba—. Preferimos tomar champán. Tráiganos el mejor de la carta.

—Sí, señorita—dijo antes de retirarse.

Volví a revisar los correos electrónicos mientras esperaba a que María José se
reuniera conmigo en la mesa. Veinte minutos después, no había regresado. Me levanté y fui al cuarto de baño, donde llamé antes de entrar. —¿María José?

—Salgo dentro de un minuto —suspiró.

Entré, cerrando la puerta a mi espalda. Recorrí todos los cubículos vacíos hasta verla sentada en uno, con la cabeza gacha.

—¿Qué te pasa? —Le toqué el hombro—. Dímelo.

—¿Podemos...? —Levantó el cuello lentamente para mirarme—. Por favor, ¿podemos marcharnos de aquí?

—¿A dónde quieres ir?

—Me da igual siempre que no sea aquí.

La cogí de la mano y tiré de ella. Quería llevarla a la casa de la playa, pero quedaba a unos cuarenta minutos, así que fui al loft que poseo en el centro.
Una vez más, se mantuvo callada en el interior del coche. Con la vista clavada en la ventanilla, y en una ocasión la pillé secándose una lágrima.

—Bienvenida, señorita Daniela. —El portero me cogió las llaves en cuanto llegué al edificio.

—Gracias, señor Reese. —Ayudé a María José a salir del coche—. ¿Podría llevarlo al garaje?

—Por supuesto.

Me acerqué a María José cuando entramos en el ascensor, y observé su pálido rostro reflejado en el espejo. Al llegar al apartamento, la conduje hasta el sofá y me senté a su lado.
—Háblame... Cuéntame qué te pasa.

—No es nada. Solo tengo un mal día. —Forzó una sonrisa—. ¿Vemos alguna película?

Le encerré la cara entre las manos.
—Si quieres que lo nuestro funcione, debes abrirte a mí... Si fuera algo estrictamente físico o no me importaras, no me preocuparía por ti, pero no es así. Confía en mí.

—Entonces, ¿no vemos ninguna película?

—No vamos a ver una peli. Vas a decirme qué te pasa. Tu actitud cambió por completo desde el instante en que mencioné el Pittsburgh Rivers, y quiero saber por qué. Puedes quedarte sentada y mantenerte en silencio todo el tiempo que quieras, pero no vamos a marcharnos de aquí hasta que me lo cuentes todo.

Se recostó en el sofá y cerró los ojos.

«Suficiente...».

Saqué el móvil para pedir la cena, pero ella se volvió hacia mí.

—Mi exmarido me propuso matrimonio en el campo del Heinz —explicó—. Conocía a uno de los fisioterapeutas del equipo y nos dejó pasar después de un partido. Yo pensaba que íbamos a hacer una visita privada, pero él me llevó a la línea de cincuenta yardas y me lo pidió allí mismo. Fue muy romántico. Incluso se las arregló para que en el marcador apareciera «¿Quieres casarte conmigo?», con brillantes luces amarillas. Después de eso, solo existió él, hasta catorce años más tarde, cuando me enteré de que estaba liado con mi mejor amiga, que a su vez estaba embarazada de él... Cuando me enteré, todo lo que había visto hermoso en Pittsburgh se convirtió en algo feo.

De repente, me sentí culpable por haberla llevado a ese restaurante, por pensar que le haría recordar algo agradable y que sería una forma de que me hablara de su pasado.

—Ya no pienso tanto en aquello, pero todavía siguen asaltándome recuerdos aquí o allá, y, claro...

—¿Qué? —Me acerqué más.

—Todavía algunos días no puedo creérmelo... ¿Mi mejor amiga y mi marido? ¿Las dos personas en las que más confiaba? —Suspiró—. Solía viajar con ella a Nueva York todos los años para celebrar su cumpleaños. Siempre hacíamos lo mismo: Times Square, una obra en Broadway y una noche de chicas en la ciudad... La última vez que fuimos, ella estaba embarazada de tres meses, y me pasé el tiempo comprándole cositas para el bebé porque me sentía muy feliz por ella... No puedo evitar pensar en la persona que era en realidad, una que celebraba su cumpleaños conmigo, a pesar de que sabía que estaba embarazada de mi marido... ¿Sabes lo jodidamente desagradable que es la idea?

La abracé cuando se apoyó en mí.

—Cuando le pregunté a mi marido por qué, por qué me había engañado con mi mejor amiga, me dijo que siempre había notado algo entre ellos dos. Que había sentido algo por ella desde el principio, pero que había pensado que elegirme a mí era la opción más segura... Entonces, una noche que estaban juntos bebiendo, en mi casa, para que veas la ironía, una cosa llevó a otra y... Después de años reprimiendo sus sentimientos, no pudieron negarlos más... ¿No te parece la gilipollez más idiota que has escuchado nunca?

No dije nada. Solo le acaricié la espalda suavemente.

—El año pasado tuvieron una niña... Desde entonces, han viajado juntos por todo el mundo, y han llevado a cabo todas esas cosas que siempre había imaginado que él y yo realizaríamos en este momento de nuestras vidas. Incluso la ha llevado al Canal de Panamá, donde se suponía que... adonde decía que iríamos para celebrar los quince años de casados, pero nunca llegamos a viajar porque... Porque... —Se interrumpió y negó con la cabeza.

—Lamento mucho que haya pasado todo eso, María José.

Esperaba que dijera algo más, incluso que llorara, pero se limitó a enterrar la cabeza en mi pecho y se durmió.



—————————
2/4

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora