Capítulo 6.

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CALLE

Entré en el departamento de recursos humanos y cogí el expediente de María José.
Su currículum era impecable.

Había obtenido el grado de ADE en la universidad de Pittsburgh, un máster en marketing en Carnegie Mellon y a continuación había llevado varias campañas publicitarias importantes — Ralph Lauren, Versace, Microsoft, Google—. Antes de trabajar en Industries Calle, había dirigido proyectos en Cole & Hillman Associates, en Pittsburgh, que era la empresa de publicidad más conocida de la Costa Este.

«¿Por qué lo ha dejado para venir aquí? El puesto que ocupa ahora es sensiblemente inferior... Seguramente solo gana la mitad de lo que acostumbraba...».

Subí hasta el piso donde estaba mi despacho.

Suspiré... A pesar de que su fecha de nacimiento aparecía en su expediente, no podía creerme que estuviera a punto de cumplir cuarenta años. No los aparentaba. En absoluto.

No era que me importara; en realidad, me parecía gracioso que ella pensara que la edad era un problema.

— ¿Señorita Calle? —La secretaria levantó la cabeza cuando pasé junto a su escritorio—. Han traído esta nota para usted...

«Daniela:
Estoy segura de que te has dado cuenta de que hoy no he asistido a la reunión del consejo, y lamento no habértelo dicho antes.

Me marcho a París durante un tiempo para planear la boda de mi mejor amiga, Joana. ¿La recuerdas? Es la que te dijo que nosotras dos haríamos una pareja fabulosa el año pasado, en aquel baile benéfico. :-)

De todas formas, si debo dejar mi puesto en el consejo para que tengamos una oportunidad, no me importa nada considerarlo.
Pensaré en ti mientras estoy fuera.
Espero que tú también pienses en mí.
Vanessa».

No era consciente de que Vanessa no había estado presente en la reunión, y estaba convencido de que no existía ninguna posibilidad de que llegáramos a ser pareja. Había perdido ya la cuenta de todas las veces que le había dicho que solo la veía como a una amiga y nada más.

Cuando abrí la puerta del despacho, encendí la luz. Lancé la americana sobre el respaldo del sofá y me tendí en él, dispuesto a echar una siesta, pero vi a mi exnovia sentada en el escritorio.

— ¿Kate? —me senté—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? «Pensaba que te había prohibido el acceso...?

— Quería hablar contigo.

— ¿Sobre qué?

— De nosotras y...

— No existe un «nosotras». Hace más de un año que no estamos juntas.

—Por favor, escúchame... —Me indicó que me sentara frente al escritorio.

Suspiré. Presioné un panel de la pared y saqué una botella de whisky. Me serví un vaso bajo y le ofrecí una botella de agua antes de sentarme. —Adelante. —Intenté no parecer irritada—. Escucho.

— Bueno, estaba pensando en el otro día... ¿Recuerdas que hablamos sobre matrimonio un par de veces?

— Rompimos hace un año. No guardo una lista con las conversaciones que mantuvimos.

Ella se echó hacia delante mientras se mordía el labio.
—Estábamos de acuerdo en que funcionaría muy bien. En que las dos somos conscientes del rumbo de nuestras carreras, que ninguna de las dos queremos tener hijos y que podríamos viajar por el mundo cuando lo legalicemos todo... —Comenzó a desabrocharse el abrigo—. ¿No te acuerdas de nada de eso?

— No.

— Bueno, pues yo sí. Era un momento en el que estábamos muy bien, y luego nos agobiamos un poco...

— ¿Fue antes o después de que llamaras a todas mis antiguas novias? ¿Antes o después de fingir que estabas embarazada y de que me llevaras a un médico falso?

Se quitó el abrigo, revelando que no llevaba nada debajo salvo un sujetador rosa de encaje. Antes de que pudiera levantarme, ella había rodeado el escritorio, lo que me obligó a ver que llevaba bragas a juego.

— Kate... —No me sentía atraída por ella—. Por favor, vístete. No dispongo de tiempo para nada de esto.

—Daniela, sabes que no quieres que me ponga la ropa... Hazme el amor. Aquí. Ahora mismo. Jamás dispusimos de la oportunidad de follar en tu despacho.

Un año antes hubiera cedido y me la hubiera tirado en el suelo, delante del ventanal de suelo a techo, pero ya no la deseaba, y no me gustaban sus jueguecitos. Solo había aportado desequilibrio a mi vida, y no quería más.

— Ponte la ropa o llamaré a seguridad y les diré que te lleven fuera de aquí tal y como estás.

Se quitó las bragas.

— ¡Me has dicho que viniera así! ¡Que querías hablar para que volviéramos a estar juntas!

— ¿Qué? ¿De qué hablas? —«¿Y qué es ese punto rojo que parpadea en la librería? ¿Está grabando todo esto?».

— Daniela, sé que quieres volver, pero debes cambiar. —De repente, su voz parecía herida—. Admite tus errores, pídeme perdón y volveré contigo... Ya sabes que te perdoné que me golpearas en Navidad, por ponerme un ojo morado... y romperme las costillas. Te conozco, sé que no querrías que fuera a contarle todo eso a la prensa, así que si quieres en realidad...

— De acuerdo. —Me acerqué a aquel punto rojo que parpadeaba. Era un bolígrafo, que arrojé por la ventana—. No sé qué cojones tratas de hacer, pero sabes de sobra que jamás te he golpeado. Nunca. Lo que disfrutamos fue divertido mientras duró, pero eso fue antes de que te convirtieras en una especie de psicópata. Por favor, vete de mi despacho.

Se puso a llorar.

— ¡Te dije que lo sentía! ¡Pensaba que estabas engañándome cuando prendí fuego al Aston Martin!

«No me puedo creer que casi me haya olvidado de eso...».

Rodeé el escritorio y recogí la ropa arrugada que había dejado allí.

— ¡Y te pedí perdón por haber llamado a tus antiguas novias! Necesitaba saber si seguías hablando con ellas. ¡Quería saber si eras realmente mía! Le entregué la ropa y me senté.

—Kate, tienes un minuto. Vístete antes de que llame a seguridad. —Todavía creo que lo nuestro podría funcionar. ¡Sé que todavía me
quieres!

Cogí el móvil.

— Greg, necesito que venga alguien de seguridad para acompañar a alguien fuera de mi despacho.

— ¡El sexo era increíble! ¿No lo recuerdas? Lo hacíamos durante horas y horas. —Se puso los vaqueros y el abrigo—. ¿No lo echas de menos? ¿Por qué no quieres volver conmigo?

En ese momento llamaron a la puerta.

— ¡Adelante!

Entraron dos guardias de seguridad, que me miraron a mí y luego a Kate.

Ella dejó de gimotear, como siempre que tenía una audiencia inesperada. —¡No necesito que nadie me ayude a bajar las escaleras! —Se rio—. Sin embargo, gracias por llamar a los guardias. Daniela, mis piernas funcionan perfectamente.

— Deberías dedicarte a actuar, Kate. —Negué con la cabeza—. Se te daría genial. Chicos, ¿podríais acompañar a la señorita Kate al aparcamiento? Luego quiero que os aseguréis de que su nombre no se encuentra en la lista de visitantes bien recibidos.

— Sí, señora.

Le hicieron una señal para que ella saliera primero.

Kate me miró y frunció el ceño.

— De todas formas, no quería volver contigo. ¡Follas de pena! No eras capaz de mantener una erección más de un minuto.

«¡Dios...!».

Cuando se cerró la puerta, me apoyé en el respaldo.

«Quizá lo que necesito es salir con alguien mayor... y más madura...».

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora