Capítulo 42.

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Vi cómo los pechos de María José subían y bajaban. Estaba tendida en el sillón de mi despacho. Se había quedado dormida minutos después de follar contra las ventanas.

Le pasé la mano por la cara y le retiré algunos mechones de la frente, sonriendo al ver lo hermosa que era y lo tranquila que estaba.
Hoy no se había maquillado, y, por primera vez, me di cuenta de que había algunas pecas espolvoreadas sobre las mejillas, que sus pestañas eran largas y espesas, y que se curvaban hacia arriba de forma natural. Y había besado aquellos labios miles de veces, pero jamás me había fijado en el diminuto lunar que tenía encima del labio superior.
¿Por qué no la había visto antes? Lo lógico era que nos hubiéramos cruzado más de una vez...
No estaba segura de qué estaba pasando entre nosotros, pero, fuera lo que fuera, no quería que terminara; no había sentido nada así nunca.

Las mujeres con las que había estado antes habían sido solo una forma de pasar el tiempo, una forma de llenar mis días con algo constante hasta que me aburría o me alejaba por el comportamiento errático de mis parejas. Pero con María José no me aburría nunca, nunca me molestaba su presencia, ni siquiera cuando me irritaba por sus evasivas.

Le pasé la punta de los dedos por los labios, y abrió los ojos.
—Hola.

—Hola... —Parpadeó y se incorporó lentamente. —¿Te excita verme dormir?

—No, pero si no roncaras tanto...

Puso los ojos en blanco y me dio un golpe en el hombro; su manera de decirme que estaba preparada para que la vistiera de nuevo.

Recogí el sujetador del suelo y se lo puse. Me quedé mirando durante unos segundos el encaje negro que cubría las copas, la seda roja que adornaba los bordes. Luego bajé la vista y me di cuenta de que las braguitas hacían juego.

«Qué bonito...».

—¿Sujetador nuevo? —pregunté subiéndole los tirantes hasta los hombros—. No te lo había visto antes.

—No creerás que me he comprado lencería para ti...

—¿Lo has hecho?

—No. —Se inclinó para recoger la blusa—. Lo siento, pero no eres tan especial... Encontré este conjunto ayer en el armario, mientras limpiaba, y...

Me acerqué y rasgué con delicadeza la pequeña etiqueta blanca que había en el costado. Se la sostuve delante de los ojos con una sonrisa.
—La próxima vez que encuentres algo en el armario, asegúrate de cortar la etiqueta.

Se puso roja.

—Y me encanta. —Le besé el hombro derecho antes de ayudarla a cerrarse la blusa—. ¿Por qué no salimos a cenar esta noche? Elige tú el lugar, y, sí, podemos hacerlo en una estancia privada.

No dijo nada; se limitó a quedarse allí sentada, sonrojada.

—¿María José?

—No puedo... Esta noche tengo que estar en casa a las ocho. Voy a ayudar a las niñas a hacer pasteles para venderlos.

—¿Para venderlos? ¿Por qué?

—Para sacar dinero para las animadoras. —Se puso los pantalones—. Esta noche vendrán todas a mi casa, y debo estar allí porque son por lo menos veinte y no quiero que me quemen la cocina.

—Mmm... ¿Tus hijas saben que sales con alguien?

—Todavía no.

«Claro que no...».

—Vale, pues ya que no podemos cenar, aprovecharemos el poco tiempo que nos queda.

—¿Qué te parece si vemos una película en tu casa? Así llegaría a tiempo.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora