Capítulo 33.

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Entré en la habitación y me recosté en la cama.
En la tele no había nada, salvo esos shows de renovación que tanto le gustaban a María José. El que estaban emitiendo trataba de dos hombres que derribaban un porche para convertirlo en una terraza envolvente.

«¿Cómo se puede ver esto sin quedarse dormida?».

Cambié el canal a uno de televenta donde anunciaban un barra de jabón mágica que podía limpiarlo todo, y me metí debajo de las sábanas. Cogí el portátil y me puse a revisar los documentos de la semana, para leer todo aquello que no me había molestado en escuchar.

Mi móvil comenzó a sonar, y supuse que era uno de los miembros del consejo enviándome un correo electrónico con las notas de la última reunión, pero siguió sonando.

Le di la vuelta y miré la pantalla. «¿María José?».

—¿Hola? —respondí.

—Hola...

—¿Estás bien? —Me senté en la cama—. ¿Te ha pasado algo?

—No, solo se me ha ocurrido... llamarte para hablar contigo.

—¿A las tres de la mañana?

—No sé cuándo puedo llamarte. ¿Podrías enviarme tu horario para entender mejor cuándo es una buena hora?

—Le diré a mi secretaria que te envíe mi calendario por correo electrónico. ¿Qué tal estás?

—Bien.

Puse las gafas de lectura en la mesa auxiliar.
—Tu voz no dice eso...

—¿Qué dice mi voz?

—Pareces jadeante, casi sin aliento, como si estuvieras susurrando, ¿estás segura de que estás bien?

—Sí. Estoy bien. Te llamaba para hablar de trabajo.

—¿De trabajo?

—¿Es que te has vuelto sorda?

—¿De qué trabajo, María José?

—Bueno, estaba pensando que..., eso..., que había un montón de...

—¿Me has llamado porque estás cachonda?

—¿Qué? —Contuvo la respiración—. No, no estoy cachonda. Estoy...

—Sí, lo estás.

—Daniela, te he llamado porque...

—Admítelo —sonreí.

—No... No te he llamado por eso.

—Vete por el portátil.

—¿Para qué?

—Voy a ayudarte con tu problema.
Se quedó en silencio, y solo pude oír su suave respiración al otro lado de la línea.
—¿María José?

—¿Qué?

—Vete-por-el-portátil.

—Mmm... Espera un momento... —Volvió a hablar unos segundos después—. Ya lo tengo.

—Vale. Entra en tu correo electrónico. —Salí de la cama y entré en la sala de la suite. Me serví una copa de whisky y me senté en una silla.

—Acabo de entrar —murmuró.

Puse las contraseñas de mi propia cuenta y abrí la aplicación de chat asociada para conectar con ella.
Unos segundos después, su hermoso rostro apareció en mi pantalla.
Estaba apoyada en un montón de almohadas rojas, y vi que el edredón era dorado.
Movió el portátil un poco, de forma que la veía mucho mejor. Llevaba una camiseta de algodón blanca y el pelo recogido en un moño casi suelto.
Estaba jodidamente sexy...

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora