Capítulo 34.

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María José se detuvo y se dejó caer en un banco junto al lago.

—Ese camino es increíble —jadeó, pero necesito descansar un minuto. Me senté a su lado, observando cómo las gotas de sudor le resbalaban por el pecho. Siempre me sorprendía lo bien que estaba siempre. Iba vestida con una sudadera gris y una camiseta sin mangas de color púrpura, pero aun así me parecía impresionante.

—¿Puedo preguntarte algo? —Me miró.

—Claro que puedes.

—¿Estás segura? —insistió bajando la voz—. Es una pregunta muy personal.

—¿Te estás riendo de mí? Pregúntame lo que quieras...

—¿Por qué sentiste la necesidad de cambiar tu biografía en la página web de la empresa?

«Guau... Eso no lo he visto venir...».

—Es una cuestión complicada. —No quería hablar de eso.

Asintió y miró a lo lejos, a unos pájaros que acababan de aterrizar en masa alrededor del lago; al pequeño grupo de niños que intentaban construir un castillo con la arena húmeda.
Luego se inclinó hacia atrás y empezó a estirar los músculos, levantando los brazos sobre la cabeza y flexionando las piernas.
De repente, me di cuenta de que, a diferencia de todas las demás mujeres con las que había salido en el pasado, María José no sería la primera en abrirse, si es que lo llegaba a hacer en algún momento. No confiaba en mí, y supuse que, en realidad, no le había dado demasiadas razones para ello.

—Mis padres vendían crack. —Me volví para mirarla—. Solían dejarme encerrada en la caravana donde vivíamos con mi hermana pequeña mientras salían a trapichear con droga. Cuando estaban en casa, o bien estaban inconscientes o nos gritaban por cosas que ni siquiera importaban.

Cruzó las piernas en el banco y me miró a los ojos. Parecía sentir simpatía, pero no quería que esto se convirtiera en una presión emocional. Solo quería que conociera los hechos y cambiar de tema.

—Así que nos vimos obligadas a buscarnos la vida. Yo tenía ocho años y ella, tres. Al principio, nos dejaron solas unas horas, una noche aquí y otra allá. Pero en el verano, nos dejaban semanas encerradas. Las dos llorábamos para que alguien viniera a ayudarnos, aunque no apareció nadie...
Suspiré.
—Cuando cumplí doce años, me dedicaba a cuidar de mi hermana, tratando de mantenernos fuera del camino de nuestros padres. Intentaba quedarme en la escuela todo lo que podía y me aseguraba de no estar en la caravana cuando estaban ellos. Pero un viernes en particular, en el que se canceló la actividad lectiva por una tormenta, tuvimos que ir a casa. Cuando llegamos, mis padres estaban entrando en un coche y dijeron que volverían pronto. Accedimos a la caravana como de costumbre y cerraron la puerta. Metí a mi hermana en la cama, y estaba a punto de dormir, pero vi que la calefacción estaba en llamas. Traté de apagar el fuego, pero solo conseguí avivarlo.
»Fui a despertar a Juli, pero empezó a gritar cuando vio las llamas a mi espalda, además enseguida se dio cuenta de que el fuego bloqueaba la única puerta. Nos encerramos en el cuarto de baño con la esperanza de que los vecinos vieran las llamas y llamaran a los bomberos a tiempo de salvarnos. Pero un humo negro comenzó a filtrarse por debajo de la puerta, y noté que las bisagras metálicas se deformaban y se doblaban por el calor.
»Me puse a tirar cosas por la ventana que había encima del lavabo; botellas de champú, botes de gel, cepillos, con la única intención de
romperla, aunque no lo conseguí.
Juli lloraba histérica, golpeaba las manos contra la mampara de la ducha mientras yo intentaba abrir esa ventana de todas las formas posibles. Después de un rato, dejé de oírla. Se había desmayado.
»No sabía qué hacer, así que seguí tirando cosas a la ventana, sin pararme a ayudarla.

—¿Tu hermana murió? —La expresión de María José era triste.

—No. —Me pasé la mano por el pelo—. Me las arreglé para abrir la ventana con el cubo de la basura metálico. La cogí y la lancé fuera; yo salí unos minutos antes de que la caravana explotara. Si tuviera que escribir eso en mi biografía, sería algo así: «Mis padres me dejaron encerrada con mi hermana en un laboratorio clandestino de metanfetaminas, que explotó, lo que hizo que nos separaran y nos llevaran a distintas casas de acogida mientras ellos cumplían largas penas en prisión».
Es algo que no quiero que sepan ni mis empleados ni mis competidores. La gente es muy mala, y capaz de usar cualquier cosa en una campaña de difamación.

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora