Capítulo 55.

5.5K 250 7
                                    

Estaba sentada en el asiento trasero del coche de Daniela con una venda negra sobre los ojos. No podía ver nada, y cada vez que intentaba echar un vistazo, Daniela me sujetaba la mano de forma juguetona.

Llevábamos viajando al menos una hora, y estaba empezando a sentirme nerviosa y excitada a la vez. Sabía que, donde fuera que me estuviera llevando, sería increíble.

—Señorita Daniela, ¿estamos lo suficientemente cerca? —preguntó Greg mientras detenía el coche.

—Perfecto. Gracias. —Se aseguró de que la venda que llevaba en los ojos todavía estuviera en su sitio y me ayudó a salir del coche. Me agarró de la mano y dimos varios pasos contra un viento fuerte.

—Ya estamos... —dijo—. Bueno, casi. Todavía nos quedan dos horas.

—¿Dos horas más? ¿Por qué salimos del coche?

Se echó a reír y me subió en brazos para avanzar por lo que parecían
unos escalones. Luego me cogió las manos.

—¿Preparada? —preguntó.

Asentí, emocionada, y ella me retiró la venda de los ojos lentamente.
Se me detuvo el corazón cuando vi qué era la «sorpresa», y, aunque traté de mantenerme tranquila, no lo conseguí.

A un par de metros estaba el enorme avión privado de Daniela: un jet Citation Sovereigh blanco de nueve plazas y veinte mil kilómetros de autonomía, que podía valer, fácilmente, unos dieciocho millones de dólares.
Lo sabía porque las gemelas habían construido la maqueta de ese modelo en concreto varias veces, conscientes de que era el top de gama en los aviones para ejecutivos.
Cuando vi que el piloto abandonaba la cabina y nos hacía gestos, perdí de repente la capacidad de respirar. Me aferré a las cuentas blancas y rojas del collar mientras se me aflojaban las rodillas.

—¿María José? —Daniela me sostuvo—. Majo, ¿qué te pasa? ¿Por qué tiemblas? —Me apretó la mano, pero me solté y cerré los ojos.

Traté de pensar en algo feliz, algo positivo, pero las imágenes empezaron a atravesar mi mente, haciéndome recordar todas las cosas que desearía poder olvidar: los artículos de los periódicos, la interminable cobertura de los medios de comunicación, las fotos del sitio del accidente. La cara de mi hermana gemela.
El corazón me latía tan rápido y fuerte que podía oírlo por encima de la voz de Daniela preguntándome qué coño me pasaba mientras pedía ayuda.

Traté de convencerme de que esto era solo otra pesadilla, otro sueño del que despertaría en cualquier momento. Pero mientras boqueaba en busca de aire, mientras trataba de regresar al coche, sentí que caía al suelo, y todo se volvió negro.

-

Parpadeé, y me di cuenta de que estaba en casa, en la cama. El reloj de la pared me decía que eran las dos de la tarde. Las ventanas estaban abiertas, y por ellas entraba la cálida brisa de primavera.

Giré la cabeza hacia la derecha y vi a Daniela, que me miraba con curiosidad mientras sostenía un poco de hielo contra mi hombro. Traté de sonreír con firmeza, pero cada músculo de mi cuerpo estaba débil.

—¿Qué ha pasado?

—Has tenido un ataque de pánico. —Dejó el hielo en la mesilla y me acarició la mejilla—. Te has desmayado y te has caído de la plataforma.

—Ah... —Traté de ponerme de lado para no ver la expresión de preocupación de sus ojos, pero no sentía el pie izquierdo. Bajé la vista y lo vi sobre un montón de cojines, bajo dos bolsas con hielo.

—Te has torcido el tobillo, así que tendrás que tomar eso —señaló la mesilla— cada cuatro horas. —Se me acercó más—. ¿Te dan miedo los aviones?

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora