Capítulo 11.

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Sacó los dedos fuera de mí muy despacio.
Pensé que íbamos a bailar esa última canción, pero se puso a girar el pulgar sobre mi clítoris.
Luego, añadió el movimiento de otros dos dedos dentro de mi sexo.

«¡Oh, Dios mío...!».

La presión era perfecta; el ritmo, implacable.
Estaba segura de que iba a explotar en cualquier segundo... si no se paraba.

— Señorita Daniela...

— Calle. —Me besó el hombro.

— Es que... Es que... —Me quedé sin aliento—. Detente...

— No lo haré hasta que respondas a mi pregunta. —Deslizó la otra mano
por debajo del vestido y la dejó quieta al darse cuenta de que no llevaba sujetador. Me acarició un pecho y luego el otro, me pellizcó los pezones, llevándome más cerca del éxtasis.

«Di que sí...».

— María José, la canción se acabará en cualquier momento, pero yo seguiré sosteniéndote así, con las luces encendidas, hasta que me respondas. —Me frotaba el clítoris todavía con más intensidad, tan rápido que sentía intensos temblores en mi interior.

— Sí. —Me mordí el labio para no gritar. No quería que ninguna de las personas que nos rodeaba supiera lo que estaba pasando.

— ¡Treinta segundos! —sonó la voz del DJ.

— Sí ¿qué? —Daniela no bajó el ritmo; continuó acariciándome los pechos, hasta que no pude resistirlo más.

Exploté en oleadas contra sus dedos, estremeciéndome entre convulsiones mientras me mordía el labio con tanta fuerza que, posiblemente, estaba sangrando. Se me aflojaron las rodillas, y necesité de todas mis fuerzas para no colapsar en sus brazos.

— Sí..., estoy libre para salir mañana.

— Vale. —Retiró los dedos y me dio la vuelta.

Me bajó el vestido antes de cogerme de la mano para llevarme más allá de la pista de baile. Me condujo hasta un cuarto de baño privado, donde cerró la puerta con llave.
Mari tenía razón: eran muy sugerentes, demasiado sugerentes. Un espejo antiguo cubría la pared izquierda; vi además un candelabro adornado con esmeraldas resplandecientes y un sofá cubierto de terciopelo rojo.

Si Daniela hubiera sido cualquier otro, le habría echado la bronca por lo que me había hecho en la pista de baile. Le habría dicho que había sido grosero y ofensivo, y que no pensaba volver a dirigirle la palabra. Pero era ella, y no podía negar que adoraba cada segundo que pasaba a su lado. Seguía encantada.

Cogió una toalla blanca de encima del lavabo y la empapó en agua caliente. Luego me empujó hacia un rincón y me subió el vestido hasta las caderas.

— Separa las piernas —susurró.

Moví las rodillas, mirándola a los ojos mientras me limpiaba con suavidad el interior de los muslos. Movió la toalla hacia arriba en un movimiento tan lento y sensual que casi me lanzó otra vez hacia el éxtasis.

Traté de ignorar el intenso placer que estaba sintiendo, pero la forma en que me miraba impedía que eso ocurriera. Cogió otra toalla seca y me frotó con ella hasta que estuve seca.

Seguimos mirándonos a los ojos, y pensé que iba a decir algo. A besarme. Pero se limitó a sonreír y me tendió la mano.

— ¿Preparada para volver con tus amigas?

Asentí con la cabeza.

Me apretó la mano un poco mientras me acompañaba a la mesa. En cuanto llegamos, se ofreció para pedir otras copas para Mari y Paula. —Entonces... —dijo Paula con diversión—, ¿tu jefa baila bien?

— Muy bien... —Cogí el mojito y lo probé.

Ella alzó una ceja, pero no dijo nada más. Mis amigas me pusieron al tanto de los dos hombres que habían conocido durante el baile de medianoche, pero solo las escuchaba a medias.
Todavía seguía hipnotizada por las caricias de Daniela y, sinceramente, deseaba que no hubieran terminado tan pronto.
Cuando por fin regresó a la mesa, nos habló como si nos conociéramos de toda la vida. Y, para mi sorpresa —y decepción—, no volvió a tocarme.

Daniela me puso su chaqueta encima de los hombros.
— ¿Dónde has aparcado? Te acompañaré hasta el coche.

— A la derecha.

— Vale. —Me cogió de la mano mientras avanzábamos en silencio. Me ayudó a entrar en el coche y, antes de que pudiera irme, dio un golpe en la ventanilla.

— Todavía no me has dicho dónde nos veremos mañana. —Sonrió—. ¿O te has olvidado ya?

— Oh, no... Es que... Mmm, ¿qué te parece ir a dar una vuelta temprano por la ciudad? ¿A eso de las ocho?

— Estupendo. ¿Dónde?

— ¿En Corona Heights Park?

— Nos vemos allí. —Sacó una cajita del bolsillo y me la entregó—. Feliz cumpleaños, María José.

— Gracias. —Intenté no sonrojarme mientras subía la ventanilla.

No abrí la caja hasta que me detuve delante de mi casa. Rompí el fino papel de seda y me encontré con una nota.

«A la mujer más hermosa que he conocido.
Dame la oportunidad de demostrarte lo bien que podríamos estar juntas.
Daniela ».

Puse los ojos en blanco antes de mirar lo que había en la caja: una pulsera que parecía valer más que mi casa. Me la coloqué en la muñeca, admirando cómo brillaba en la oscuridad, y me pregunté cuándo iba a disponer de la oportunidad de usar algo así en público. No sabía si debía conservarla o no, aunque tenía claro que se la devolvería si al final decidía no salir con ella.

Volví a mirar la caja y me percaté de que había un trozo de papel doblado en cuatro trozos en el fondo. Utilicé las uñas para sacarlo.
Cuando lo desplegué, vi que era una página del manual para empleados de Industries Calle. Habían subrayado en amarillo fluorescente unas palabras:

«La cláusula de no confraternización entre empleados queda suspendida. Las relaciones personales entre trabajadores de la empresa ya no son una violación de la política de la compañía».

——

Me desperté a las seis de la mañana, y casi tuve que sacar a rastras a Lucia y a Andrea de sus camas. Daban igual las veces que les sugiriera que se fueran temprano a acostarse cuando tenían que trabajar por la mañana: nunca me hacían caso.

— ¿Lleváis la placa de identificación? Ya sabéis que no voy a poder hacer nada si os la olvidáis.

— Sí, sí... —gimieron las dos mientras bajaban las escaleras en estado catatónico.

Las miré mientras se tomaban su tiempo para prepararse para ir al trabajo, mientras planchaban el uniforme —unos polos de color caqui y blanco— y abrillantaban los zapatos, discutiendo sobre a quién le tocaba conducir.

— Andrea, estoy segura de que es tu turno. —Suspiré al ver que lanzaban una moneda al aire—. Por favor, id despacio y...
—«... permaneced juntas». —Lucia gimió—.

Mamá, tenemos dieciséis años, no seis. Nos vemos después.

— Que disfrutéis de un buen día. —Las empujé fuera de la casa, y esperé hasta que su coche bajó la colina.

Entonces, subí corriendo a mi habitación y me puse la ropa deportiva más favorecedora que tenía: unas mallas de color negro y rosa que se ceñían a mis curvas y unas zapatillas negras.

«María José, esto no es una cita. Solo es un paseo. Una salida sin importancia».

Me miré al espejo.

«No le demuestres que te sientes atraída. No aceptes salir más veces con ella. Este es el resultado de haber bailado anoche con ella y haber perdido el control... Esa es la única razón de que hayas accedido. Una vez que pase este día, nuestra relación se convertirá en estrictamente profesional».

MI JEFA | PT1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora