Cuadragésima novena parte

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Cuando dejé mi hogar en San Marin para mudarme y comenzar una nueva vida en Milcey, creí que mi única preocupación sería adaptarme a ese lugar y poder enseñar a los niños, esos seres pequeños a los que había temido por creer que eran frágiles. No me llevó mucho tiempo entender que ese lugar solo era un lugar más, con personas que vivían vidas parecidas a las de mi pueblo anterior, y que los niños no eran cosas a las que temer, si no de las que podía aprender. Una vez que estuve cómoda, solo vivía el día a día, en la plácida monotonía. El único peligro al que me exponía era al de contraer una enfermedad, o el de ser juzgada por la sociedad al vivir mi sexualidad, secretamente, con hombres que buscaban lo mismo que yo, nada de compromiso.
Afortunadamente, ni me enfermé ni la sociedad en Milcey me descubrió. Así que me había hecho a la idea que esa sería mi única preocupación, mi única forma de vivir.

Pero en el momento que caí en Duskwood todo lo que he hecho es tratar de sobrevivir: a un grupo de desconocidos y su amiga desaparecido, a un hechicero con su frialdad y misterio, a una vieja leyenda y el monstruo que está detrás, a las acusaciones de una hermana desesperada, a un amor  que a veces era correspondido y a veces no; a la magia, los secretos y mentiras, las amenazas y advertencias, a las verdades a medias y la brutal honestidad. 

En cuestión de semanas, me habían sucedido más cosas que casi todos los años de mi vida. Solo mis años oscuros en mi adolescencia podrían acercarse un poco.

Cuando caí desmayada tras la visión del Hombre sin rostro, con las llamas rodeando a mis amigos, y su última amenaza de muerte, no temí tener que sobrevivir a eso; sino al peor de los escenarios, que era tener que ver morir a todos, vivir hasta el final habiendo perdido todo.

Antes de lograr abrir los ojos, mi sentido auditivo captó varias voces, dos de ellas me eran familiares y tranquilizadoras, pero la tercera me obligó a abrir los ojos, y tratar de levantarme. 

- No dejaremos que te acerques a ella –decía Lilly tapándome la vista completa de la persona a la que le hablaba.

- Si quisiera hacerles daño lo habría hecho cuando ustedes entraron a Duskwood en secreto, o cuando ella se infiltró en los calabozos para ver al joven Hawkins –señaló Alan Bloomgate con relativa calma.

- ¿Si sabía lo que hacíamos porqué no nos detuvo? –preguntó Cleo claramente afectada.

- Ustedes no son mi prioridad –respondió Bloomgate –pero tampoco puedo perderlas de vista.

Esto era tan extraño, tan insólito que ni siquiera podía sentir miedo por la presencia del capitán de la fuerza de élite.

- Ya se lo dije capitán, no obtendrá nada de mí –le dije mientras me levantaba del suelo, aún sintiendo un fuerte dolor en la cabeza y un grave mareo. Cleo y Lilly se giraron alertadas por mi voz, y me ayudaron a ponerme de pie –no me haga perder el tiempo, mis amigos están en peligro.

- Es bueno volver a verla lady Scarlett –sus ojos rasgados, de color azul casi negros, seguían siendo severos, pero extrañamente el resto de su cuerpo parecía relajado –es agradable cuando no está huyendo.

- Cleo, Lilly deben partir tienen que ayudar a Jessy y Thomas –ignoré a Bloomgate y solo me centré en ellas –se encontraron con el Hombre sin rostro y los atacó.

- ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! –preguntó sorprendida y asustada Lilly.

- Tuve una visión, vi como llegaron a ese lugar, y estaba allí, Jan pudo detenerlo, pero creo que están heridos –mi vista iba de ellas al capitán, que se mantenía tranquilo y poco alterado. No quería que escuchara más de lo necesario, pero ni siquiera se inmutó cuando nombre al Hombre sin rostro, de hecho, no hacía nada más que mirarme.

Había una vez en DuskwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora