Parte VII: Finalmente.

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Dedicado a ustedes que me acompañaron en este hermoso viaje✨

El día que llegué a este lugar me costó entender, o tal vez aceptar que estaba muy, muy lejos de casa. 

El aire frío se colaba entre mis delgadas prendas, y mis músculos se contrajeron de inmediato. Me quedé en un árbol cercano, tan pequeño que parecía que el viento se lo llevaría. Acurrucada y abrazándome a mi misma me quedé esperando a que llegaran por mí, pero nada sucedió.

A cada minuto que pasaba allí, la temperatura bajaba más, y más; era totalmente conciente que si no me movía moriría congelada.

Guiada por mis últimos pensamientos optimistas, en los que creía que tal vez estaba en algún rincón remoto de Alenia, corrí, corrí y corrí. Sin embargo, por mucho que corriera, la baja temperatura estaba ganando la batalla en mi cuerpo, mientras el poco sol que había dejaba esta parte del mundo.

Agotada por el hambre, la sed, y el frío quería darme por vencida, pero entonces recordé que tenía mis cosas conmigo. Mi primer intento de comunicarme con alguien a través del cristal fue en vano, lo mismo con mi pluma mágica; el único objeto útil que tenía era el cuchillo que alguna vez guardé en el bolso. 

Mis dedos entumecidos, trabajaban con torpeza al cortar unos frutos extraños, que crecían en algunos matorrales. 

Eran las cosas más horribles que había probado hasta ese momento en mi vida, pero no sería lo único. De sabor amargo, y dejando una extraña sensación de rasposidad en la lengua, me forcé a comer todo lo que pude antes de que mi cuerpo decidiera expulsarlo.

Seguí caminando hacia ningún lugar en particular, por esas tierras áridas y frías, ya prácticamente en la oscuridad. Podrían creer que era el peor de los escenarios, pero no. Siempre hay algo más.

Ya hacía un rato sentía incomodidad en mis partes genitales, y la molestia se extendió, y empeoró cuando comencé a sentir dolencias en las zonas que siempre duelen cada mes. No era hambre, eso se hubiera arreglado con un poco más de esa fruta horrible, era la maldición que teníamos de sangra por varios días todos los meses, por gran parte de nuestras vidas. 

Cuando sentí que la sangre me recorría lentamente la pierna, me tiré al suelo y lloré, cansada y avergonzada, a pesar de estar sola. 

El calor de mi sangre mojando mi ropa no podía equipararse al filo del aire, peligroso y cortante, que me estaba matando de a poco.
Esos instantes en que mis ojos se cerraban solos, yo solo podía susurrar su nombre, como la suplica de un condenado a muerte que quiere la misericordia de los dioses.
Él no apareció, pero quizá algún dios se apiadó de mí, y me mostró una luz. 

Una luz real, no metafórica.

No se si logré levantarme por mi voluntad firme o solo por mi terqueza, pero a pasos lentos y torpes me acerqué a aquella luz que me invitaba a ir hacia ella. 

Mi corazón palpitó de tal emoción cuando descubrí que esa luz se trataba de una gran fogata hecha por un grupo de personas que disfrutaban de su calor. Nunca antes me había sentido tan feliz de encontrar a gente extraña.

Grité y pedí ayuda a gritos, corriendo tanto como podía, llorando y agradeciendo a por fin estar a salvo. Al ver sus rostros, alertas y furiosos, entendí que no solo hay más, si no que puede ser aun peor.
Una vez más estuve rodeada de extraños que me observaban como si quisieran matarme, pero esta vez podía sentir la amenaza que ellos me suponían, o la que ellos suponían que yo significaba.

Para no hacer una historia larga e innecesaria, entendí que ni ellos me entendían ni yo los entendía a ellos. Esos hombres y mujeres, de ropajes exóticos, y cuerpos  formidablemente fuertes, hablaban una lengua que hasta el día de hoy se me hace imposible pronunciar. Pero si algo quedó en claro para ambos lados era, que ni yo pertenecía a ese lugar, ni que ese lugar era Alenia. Cuchillos y espadas me rodearon y amenazaron, hasta una anciana al ver mi deplorable estado intervino, o eso creo. Porque cuando ella habló, todos inconformes apartaron las armas.

Había una vez en DuskwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora