¿Tranquila llegada? (Capitulo 2)

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El trayecto fue un martirio. Observaba delante de mi una carretera interminable y escuchaba ajenamente los comentarios algo tontos de Sonia acerca de su emocionante trabajo. Me importaba poco su trabajo, en realidad me importaba poco ella. Mi única emoción en aquel momento era llegar y tratar de contactar a Edward, aunque sabía que sería imposible. Podía casi jurar que la que me contestaría sería Aideé, su asistente. 

Mientras jugaba con el hilo que se desprendía de mis  viejos jeans pude notar como una enorme casa se alzaba ante nosotros. Era realmente enorme y elegante, tan ostentosa que no me sorprendió saber que durante mucho tiempo estuvo a nombre de Ed, una de las hermosas construcciones que papá había elaborado para su familia. 

-¿Ya viste esto? ¡Es bellísimo!- ella estacionó el auto delante la casa y bajó corriendo para admirarla de cerca, por mi parte seguía en estado de shock. Jamás imaginé que al salir terminaría en esta enorme jaula de oro, una jaula que a nadie le desagradaría tener a su uso. Observé como Sonia abría la casa e ingresaba ansiosa como una persona con avaricia. Desde luego ambas sabíamos que aquel lugar era un préstamo a mi salud, un gran préstamo por parte de mi hermano mayor. 

Al bajar escuché la grava crujir contra mis pies, sentí la suave brisa con olor a bosque y el frío que me envolvía de forma cariñosa. Aquel lugar lo había soñado, casi podía jurarlo pero no pude reconocer si era en algún sueño o pesadilla. 

Cuando entré a la casa pude observar como estaba ya amueblada, con un estilo elegante y acogedor, tan propio de Edward. La casa tenía un olor a lavanda y polvo. Lavanda floreciente del jardín y polvo del tiempo. 

-¡No sabía que llegarían tan pronto!- salté ante el grito que una mujer de edad avanzada pegó al verme- Que descortés de mi parte, me llamo Daisy y fui contratada junto a Sara para su servicio- ella me observó cariñosamente y posó su mano en mi mejilla, la observé alterada- Te pareces tanto a tu padre, cuando eras pequeña solías correr por aquella enorme y fría casa- 

-¿Disculpe?- 

-¡Pero de que se acordará ella!- Nía azotó una de las puertas cercanas- Daisy ella ahora no recuerda algunas cosas y está alterada, deberíamos dejarla descansar. Tantos medicamentos dañan ¿No?- la observé con frialdad, al igual que Daisy. 

-¿Se le ofrece algo de comer, señorita Cass?- me sorprendí al escuchar su apodo cariñoso y sonreí negando- La veré mañana por la mañana antes de la escuela- 

-Gracias, ha sido un gusto- ella sonrió y Sonia bufó. 

-¡Mira! Todavía hablas- ignoré a la víbora que se escurría atrás de mi y sonreí para mis adentros. Edward había acondicionado todo para que, después de tanto tiempo, me sintiera parte de un verdadero hogar.

Sonia me estuvo guiando por la casa, mostrándome ambos pisos y la mayor parte de las habitaciones enormes e interminables. Conocí al igual a Sara, cocinera por labor. Era una mujer con mejillas regordetas que me recordaría, si tuviera, a mi abuela. Tenía unos grandes ojos oscuros y una mirada maternal. 

Después de un gran rato de estar caminando en círculos por la casa, llegó el momento tan esperado y temido. La hora de dormir se había convertido en algo que odiaba, con gran pánico caminé escaleras arriba, guiada por Sonia y su voz frustrante. Al entrar me quedé sorprendida y sentí mi corazón estrujarse lentamente, sintiendo un poco de calor. 

Era una gran habitación con un gran ventanal con vista al jardín, el cual era precioso y me recordaba al jardín del Edén. Delante de mí se posaba una gran cama redonda y unas pequeñas mesitas a los lados. Detrás de la cama había una pared que dividía una parte del cuarto a la otra, atrás estaban muchos estantes con libros.

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