Capítulo V - Individuos.

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Andando sin rumbo fijo aún, no se fijó cómo fue a parar a la estación de autobuses, así que tomó el primer autobús que estacionó; decidió viajar a través de la horrorizante y barahúnda vida.

Hasta que muy dentro de sí pensó:

<<Nunca he sido una pusilánime, me he enfrentado a la hostil existencia así me encuentre envuelta en trémulas. Encarando todo con entereza.

¿A qué puedo temerle cuándo lo he desafiado todo?

¿A qué puedo temerle cuándo ya clavé la daga y cercené el subconsciente? >>.

Cuando ya has estado inmerso en lo más recóndito y oscuro de tu océano, es menos resistente salir a flote y más ligero irse a pique...

Individuos edificando sus propios mausoleos, ardiendo en el abrasador fuego del infierno que los cobija.

Individuos, vacíos por los sinsabores de
las heridas causadas.

Subsistiendo con el dolor incrustado en el pecho.

Quebrándolos por dentro, siguen andando y sonriendo como si nada estuviese sucediendo.
Pero caen las estrellas y abren el torso desatando tornados.

¿Qué dolor puede ser más profundo que aquel en el cual se esconde el océano en sus ojos?

¿Qué alma más taciturna que aquella desangrándose en silencio y reflejando lo estepario del infierno?

En la languidez de la noche, donde se va yendo la vida. Buscando respuestas y no hallando salidas.

Se abarrotan de melancolía.

¿Qué puede ser más triste qué aquellos ojos en los cuáles se contienen todos los ríos?

Se silencian los cantos de los pajarillos y se opaca la luz del sol.
Caen las hojas de los árboles y las raíces se aferran más a la tierra.

Las almas esteparias y oscuras, prefieren el vino, la filantropía, la literatura.

Considerándose malditos, pero quizá sean bienaventurados, ya que el estar en soledad es celestial y plácida compañía.

Larissa y juan, moraban atados a todos esos infiernos donde era imposible divisar los cielos, sus estrellas ya caídas, les succionaban la vida.

Atajos sin salidas, palabras sin retornos.
Si bien es muy cierto que somos lo que llevamos por dentro, los miedos que vencemos y los que en reiteradas veces nos ahogamos.

Habían transcurrido treinta y seis horas de aquella disrupción mortal; que hacía añicos a dos jóvenes con carencia hacia lo que es sentir o vivir en plenitud.

Tragedias enlazadas en la línea universal, pero separadas al nacer.

Larissa por fin llegaba a su cruda realidad, un hogar con descalabros económicos.
Porque sus cuentas crecían y su refrigerador se vacíaba, aunque la comida ni le provocaba.

Después de un día extenuante y desolador, algo no dejaba tranquila a la chica resiliente que ha enfrentado tantas desgracias en su vida.

Ella veía su habitación como ese salvavidas para relajarse, acogerse y contemplarse. Apoyarse en su propia región escapular para seguir con todo.

Una cueva llena de biruji que alejaba de ella las aflicciones echadas a la espalda.

Larissa arrojó los textos en su obsoleto y acabado escritorio; despojó los desgastantes zapatos de sus pies fatigados. Tanto así como la estrofa retumbante de Nicola Di Bari: "Mis pies cansados no los siento ya", en su canción "sé que bebo, sé que fumo".

Pero esta sentía que ni el alma poseía, estaba al tope de tanta ruina y destrucción en su corta subsistencia. Veinte años...

Veinte años mal vividos desde las perspectivas del despiadado y cruel infierno que suele llamarse mundo.

Ella se desvestía con desgano, es como si de verdad su espíritu se fuese esfumado.
Retiraba el parche de su punción en el interior de su antebrazo en la vena cefálica. Tenía un leve moretón.

Agarraba su toalla, se dirigía al baño. Necesitaba recobrar algo de vida a través del agua. Una ducha extensa con agua súper fría y así poder aplacar las llamas que la calcinaban.

Dos líneas paralelas que jamás se encontrarán, pero podrían trazarse. A eso jugaba el destino, a destriparlos.

Juan en la congelante y aislada habitación de terapia intensiva sin emitir motivos de esperanza.
Sin embargo ahí seguía aferrado a los aparatos médicos y el señor André y señora Margaret cada hora marcada estaban más próximo a él, leyéndole sus libros preferidos, conversándole y así Juan pudiera escucharles y ser él quien le jugará la mala pasada al destino y volviera a la vida.

El equipo médico trabajaba sobrenaturalmente
haciendo lo humana y supremamente im-posible.

Con respecto a Larissa enfriaba el dolor que rompía cada una de sus fibras. Envuelta en soledades donde su único refugio era la empecinada meta de ser médica neuróloga y ayudar al resto, aun cuando no se puede ayudar a sí misma.

Cuadros distintos, dolores similares. Ningún dolor es menos, ni más; todo duele por igual ya sea directa o inversamente proporcional, pero duele.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora