Capítulo XXXIX - Confrontación.

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André fulminó al otro hombre con la mirada y con un golpe certero en toda la boca, segunda pelea del día, Margaret le ordenó a André que por favor parara ya, que estaba perturbando un lugar sagrado como lo son los hospitales para los enfermos.

El enfrentamiento cesó, tanta ira guardada debía ser sacada, hasta que el hombre acortó el ambiente tenso que se percibía.

—¿Golpear a tu esposa? ¿Qué tan desgraciado debes ser para actuar así? —increpó el hombre mientras se limpiaba los rastros de sangre en la comisura labial.

—Ella se lo ha buscado, lleva retándome todo el día, y bien sabe que no me gusta que me reten. —rechistó André frunciendo el ceño.

—No te preocupes, hombre... —tartamudeó Margaret y continuó—: estos días han sido horribles, la tensión nos está dominando y no nos culpo, cualquier padre con su hijo muriendo se sentiría de igual manera... André, jamás me había levantado la mano, solo está angustiado. —justificó Margaret.

—¿Y es qué acaso sobre usted no recae nada o no siente la misma angustia? —replicó en tono molesto el hombre—: también es su hijo y la mayor parte del tiempo siempre la pasó con usted, ¿no es así?, ambos sufren; no obstante no noté que usted se le abalanzara a los golpes.

Margaret, solo asintió avergonzada, dolida y estresada. André, agachaba la cabeza, no podía sostener la mirada frente a su esposa, mucho menos en frente del hombre que lo había salvado de cometer una locura como pegarle a su esposa. El señor Schmidt, permanecía en absoluto silencio, agradeciendo para sus adentros que la discusión fue en la sala alterna de la habitación de Juan y solo la presenciaron ellos tres; porque el revuelo hubiera sido fatídico.

El hombre abrazó con fuerza a Margaret, le pidió que por favor la acompañara a la cafetería, para invitarle un té, Margaret, aceptó ir, pero dijo que solo le provocaba un vaso de agua, pues el té ya le causaba náuseas. André, se quedó tendido en el sillón sopesando toda la situación; estaba martirizado, él tampoco podía más, pero no sabía cómo enfrentar sus emociones sin ser agresivo.

—Mi estimada, Margaret... la situación en la que hoy nos coloca la vida es bastante dolorosa, he visto las noticias malintencionadas que realizan hacia Juan. Todo esto ha sido una fatalidad, viajé en el menor tiempo posible, estoy tan seguro que una situación de esa las llamadas no realizan ningún acompañamiento.

—Así es, nuestra vida se convirtió en un infierno... bueno, siempre lo ha sido, pero ahora todo ha empeorado, jamás imaginamos a nuestro pequeño en esa situación.

—Ni yo...  ¡qué lástima haber esperado tanto para volver y que un accidente cambiara nuestra suerte!

Un abrazo surgió entre ambos, Margaret, se dejaba llevar por ese dolor que la embargaba. Intentaba aclarar su mente hacia la mejor opción para su hijo, pues con demasiada ansiedad esperaban que los siguientes reportes médicos fueran de carácter positivo.

André, interrumpió el abrazo entre un aplauso de cinismo, sorna e ironía.

—¡Pero qué bonitos! ¿Los interrumpo o también puedo sentarme a tomar cafecito con ustedes?

—Siéntate, André. No aguanto otra escena. —refutó Margaret.

—¿Sabes, André? —indagó el hombre acomodando su reloj e intentando calmar los ánimos—. Yo sé que nunca te he agradado, porque así te lo impuso padre, siempre te metió en la cabeza que yo era tu mayor enemigo y me hiciste a un lado, dejándote gobernar por él, pese a todo yo siempre... siempre te he amado, hermano. Perdóname por haberte golpeado, no tengo justificación, pero me enervó ver esa escena, no podía permitir que la golpearas, pero eso ya pasó. Quiero decirte que he llegado hasta acá porque es el momento para reivindicarnos, compartir con mi adorado sobrino y mi agradable cuñada.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora