Capítulo XLVII - Volviste a vivir.

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Una esbelta mujer con cabello cenizo y plateado que creaba un gran efecto luminoso con las luces blancas que alumbraban el pasillo; un hermoso traje color champán muy ajustado a su cuerpo un par de guardaespaldas a cada costado de ella. La mujer se veía demasiado serena, alegre y liberada; Margaret Hoffmann, ese era su nombre, su verdadera esencia y que jamás debió haber perdido. Ya no existían cadenas que la ataran a nada.

El divorcio había sido un éxito, recuperó su apellido de soltera, pero para el resto del mundo seguiría siendo la sra. Schmidt, Margaret Hoffman, había retomado la rienda de su empresa y se dedicaba a lo que más amaba en el mundo: pintar. Annette, le dio el empujón que siempre quiso.

André y Margaret, concretaron una gran sociedad y amistad. Estar separados les hacía tanto bien. Creyeron que lo más difícil sería enfrentar al mundo, al qué dirán y a su hijo.

A Karl, le jodía tener a Margaret, dentro de su empresa, pero no podía evitarlo, así quisiera acabar con su vida.

Larissa y Bastian, estaban perplejos ante tal cambio de la señora Margaret, porque hay amores que matan y otros que liberan... como lo es el amor propio.

—Hola, chicos. ¡Felicidades por todos los objetivos logrados! —exclamó Margaret.

—Gracias, señora Schmidt. —proclamaron los jóvenes al unísono.

—Hoffmann... mi apellido es Hoffmann. —recalcó la señora Margaret.

—Es decir que el divorcio es un hecho. —masculló Bastian y Larissa le dio un codazo por las costillas.

—No te preocupes —dijo Margaret hacia Larissa—. Es cierto, el divorcio es un hecho.

—¿A qué se debe su visita? —indagó Bastian.

—Necesito hablar con Larissa.

—¿Sobre qué? —contraatacó Bastian.

—No es de tu incumbencia.

—¡Claro que lo es! —replicó Bastian y continuó—: todo lo que tenga que ver con ella me incumbe.

—Créeme que esto no.

—Claro que sí, porque la última vez la humilló como quiso y Larissa no está sola.

—Eso lo sé, joven. Y justo por eso estoy aquí.

Larissa, solo era espectadora, estaba entumecida y las palabras no salían de su boca.

—¿Me permites? —preguntó Margaret hacia Bastian con sutileza.

Bastian, miró a Larissa y esta asintió.

—Estaré por aquí cerca... por si me necesitas. —susurró Bastian mientras se cambiaba de mesa.

Margaret, se sentó en la silla enfrente de Larissa, dejó la cartera en la mesa y se dispuso a conversar.

Larissa, parecía tranquila, pero solo era un revoltillo de emociones.

—Mmm... —carraspeó Margaret—. Sé que la última vez que nos vimos nada terminó bien.

—Es mejor que no me busque más, señora. —espetó con suficiencia Larissa.

—No podemos huir de lo que nos carcome por dentro...

—¡Yo sí! —cortó Larissa en seco, mientras se levantaba de la silla y le daba la espalda a la señora Hoffmann, quien la sujetó por su muñeca con fuerza para intentar detenerla.

—A los mayores jamás se les deja con la palabra en la boca. Hablemos, jovencita...

—Usted lo dijo todo aquella tarde cuando Juan despertó del coma.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora