Capítulo XIX - Óbice.

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Luego de cincuenta minutos, llegaban al aeropuerto Leonardo da Vinci. Trasteando sus maletas con pasaportes y boletos de avión en mano. De la nada empezó a caer un aguacero torrencial con rayos, centellas y truenos; todo era un estruendo.
Por segundos el aeropuerto quedó sin fluido eléctrico, pero activaron la planta de inmediato. Les pidieron a todos los pasajeros esperar que la tormenta amainara para seguir con su proceso de embarcación y vuelo.

Ahí entre la multitud se encontraban ellos, Marco y Suzanne, sentados en las bancas, cada uno recostando sus cabezas encima del otro.

—Lamentamos los inconvenientes estamos trabajando para darles una pronta solución. Lastimosamente el clima no nos está ayudando mucho, pero esperamos que todo cese —anunció la jefe de migración por medio del altavoz—. Gracias por la atención prestada.

La lluvia se intensificaba cada vez más y todo estaba sumido en niebla. Aunque intentaran mantener la calma en sus caras se les notaba el gran disgusto.

—Cariño, espérame aquí. Averiguaré sobre nuestro vuelo y si hay algo más que podamos hacer más que quedarnos sentados viendo lejos. —balbuceó Marco.

—Va, cariño. Aquí me quedo... ¿y dónde más podría ir? —resopló Suzanne.

Marco se alejó rapidísimo hasta llegar a la recepción de migración para obtener información acerca de su vuelo. La información no fue tan alentadora. Así que este también se esforzaba por guardar la calma.

—Querida, nuestro avión se retrasó... me temo que no podremos viajar sino dentro de tres días aproximadamente. El clima tampoco da garantías de nada; por la estadía no te preocupes la aerolínea cubrirá todo eso aquí en Roma.

—¿Pero cómo haremos con el itinerario?, Marco tenemos una reunión programada con el Sistema de Defensa y Protección Infantil (SDPI).  Ese será el juicio final para mi graduación. Además no es que tuviera un gran permiso para salir del país al que vine de intercambio... ¿TE ALCANZAS A IMAGINAR LA MAGNITUD DEL PROBLEMA? —espetó Suzanne, colorada de la rabia.

—Cielo, guarda la calma; todo puede solucionarse. La reunión es el veinte de enero a las 08:00 A. M. Podemos llamar y correrla hasta el mediodía o en caso dado para el siguiente día.

—¡Es que no creo que acepten!, estamos iniciando año y también procesos, Marco. ¡Por Dios!

—Déjame, cariño. Podemos arreglarlo.

—¡NO PUEDO MARCO, ES COMPLICADO!, me gusta ser cumplida con mis compromisos. —gruñó Suzanne frunciendo el ceño.

—¿Y es qué acaso a mí no?, a ver Suzanne estas cosas suceden y yo no mando en ellas; el invierno está haciendo estragos y no alcanzamos a salir esta noche, ni en los próximos dos o tres días. Ya cálmate... ven acá —Marcó la abrazó y le acomodó el cabello por detrás de la oreja—. Todo estará bien, cielo.

—No puedo fallar, Marco, no puedo; tengo miedo he trabajado por esto toda la vida y sabes que nada ha sido fácil, al menos no para mí.

—Lo sé, cariño, lo sé... pero hay situaciones que se escapan de nuestras manos y nuestros cronogramas. Míralo por el lado bueno, no querías irte y te están dando unos días más aquí en Roma, podemos volver al hotel e ir a lugares que no alcanzamos a visitar.

—Lo siento... cariño, tienes razón. Podemos darle una solución y por correr la reunión unas horas, no creo que pase mucho —Suzanne abrazó a Marco y le besó el mentón—. Discúlpame por reaccionar así, también por la actitud que tomé, es que tiendo a desesperarme frente a estas situaciones. Soy demasiado meticulosa y rígida con mis deberes y el hecho de no llevarlas a cabo el día que se estipule me causan cierta incertidumbre y amargura. Reitero... lo siento.

—Descuida, vida mía. Eso pasa; creo que a todos nos pasa y hasta a mí, pero no podemos desesperarnos ambos porque todo sería más caótico; ninguno guiaría al otro y no hallaríamos solución en ningún lado. Yo también estoy haciendo un esfuerzo por sobre llevar la situación. No hay nada que podamos hacer aquí, volvamos al hotel.

—Está bien, vamos —replicó ella haciendo pucheros—. Gracias por mantener la calma y transmitirmela.

Regresaron al hotel, decidieron descansar por esa tarde y pasar el sinsabor de no haber podido viajar.
Solo pidieron una habitación, solo restaba esa tarde, mañana y pasado.

—¿Qué te parece si mañana vamos al Castillo de San't Angelo? —preguntó Marco y continuó—: ahí no hemos ido y varios lugares que se nos escapan, pero seguro te divertirás mucho.

Suzanne solo asintió con su cabeza y se echó a dormir.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora