Capítulo VI - Suplicio.

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Mientras el agua descendía sobre su cabeza, cascadas brotaban de sus azulados y profundos luceros y recorrían sus mejillas.

En medio de ese frío espejismo de calma, lanzó gritos de agonía en los que solo repetía:

–––¡LAMENTO MI VIDA!

¡ME ESTOY SOFOCANDO EN MI PROPIO CAOS!

¡NO PUEDO SEGUIR!

¡MALDITA SEA, NO QUERÍA HERIRLO!

¡DEBES VIVIR SCHMIDT!

¡NO PUEDES MORIR!

Las lágrimas siguieron brotando de sus ojos como un torbellino, arrasando todo a su paso y su mente a millón por segundo:

<<¿POR QUÉ ME SIENTO ASÍ?, ¿POR QUÉ ME HA MARCADO TANTO EL ACCIDENTE DE SCHMIDT?>>.   

Devanándose los sesos se encontraba Larissa.

Transcurrían los minutos y segundos, el reloj daba las 00:00 h.
Ella seguía inundándose en su tempestad, unió todos los ciclones que había estado conteniendo desde que era una chiquilla.

Esa mujer esbelta que irradiaba al que se le acercara, la embargaba una insondable pesadumbre incapaz de ser perceptible al exterior.
Solo era sus tormentas y ella, un especie de ella y ella o yo y yo.

Repentinamente se silencia el grifo del agua y sale de la ducha, se posa frente al tocador e impregna de bálsamo de aloe vera su cabello, al paso lo desenreda.

Se coloca su pijama más cómoda, después de tantos alaridos de auxilios la catarsis yacía en ella, al menos por ese instante lucía más serena.

Sujetó su libro de "Morfofisiología humana". 

Lo abrió en la página 228 y sobresalió la punta de una hoja, parecía ser una nota.
Rápidamente la desplegó en sus manos y en voz casi susurro encentó a leer:

"10 de diciembre de 1987.

Frankfurt - Alemania.

Querida Larissa:

Siéntete amada cuando creas que el mundo te atraviesa con su aguzado filo.

Las situaciones nos curten, el fuego que llevamos por dentro en ocasiones el gélido aparecerá y lo entumecerá, pero solo el cuerpo, no el alma.

Habrán bisturíes con ansias de mutilar tus alas,
mangueras de agua queriendo apagar tu fe y ganas de volcar el mundo a tus pies. No nos malinterpretes lo decimos en lo más sano y amable.

Tienes que hacerlo sino él te tragará por completo.
La luz más fanal que hemos poseído, ha sido concebirte como nuestra hija.

No le hagas pesos a la memoria, deja que el viento te acaricie o acarícialo tú a él.
Pisa la arenilla mojada, sumérgete en las olas.
Elévate como las aves.
Cómete todos los libros a tu paso.

Por último recuerda que siempre estaremos contigo, en cada estrella de mar que observes y en los árboles más frondosos, en la lluvia y cielos grises, estaremos siempre para ti.

Con amor tus padres: Marco y Suzanne Marx".

Larissa no pudo contener el llanto, porque ya estaba lo suficiente abrumada para agregarle un pesar más.

Reencontrando la carta en la que a veces se fortalecía y otras simplemente se desvanecía en medio de todo su suplicio.

En esa correspondencia es como si los señores Marx presentían el negro presagio que se avecinaba, les nació de la nada realizarle una carta a su hija amada y colocarla bajo su almohada, sabían que algún día la leería, ya que Larissa apenas aprendía fonemas y tarareaba frases.

Algo muy dentro sentían, que les erizaba hasta la espina dorsal, pero nunca imaginarían que se echarían a volar con el crespón de la muerte.

El diez de diciembre de mil novecientos ochenta y siete, fallecían sus padres en un fatídico accidente aéreo.
Con tan solo cinco años de edad, Larissa Marx Dietz quedaba sola en la vasta tierra.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora