Capítulo XVI - Venecia para dos.

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Se colocaron en andas recogieron tan rápido como pudieron y tomaron un taxi rumbo hacia el aeropuerto.
Marco compró café y unos pastelillos antes de abordar del avión. Marquetillaron el equipaje, ascendieron al avión.
Luego de una hora con cuarenta y cinco minutos, aterrizaban en el imponente aeropuerto Marco Polo. Llegaron al centro de la ciudad en góndolas creadas en diferentes tipos de madera en los que se destacan el roble y cerezo, olmo y caoba finamente pulidos.

En la desembocadura de la Laguna de Venecia, bañados por el imponente mar Adriático, pasando por el Gran Canal y observando su puente más antigüo El Puente Rialto.
Venecia está llena de evocaciones medievales, una gran ciudad portuaria con mil seiscientos años de antigüedad, encanto y hermosura.

—Almorcemos aquí cerca de Puente Rialto. —dijo Marco—: dicen que la comida de aquí es buena y algunos platos traen pescado. ¿Te gusta el pescado, Suzanne?

—Es muy agradable la comida de mar. ¿Qué me sugiere para almorzar, señor Marco? —con los ojos entrecerrados indagó Suzanne—; ¡así que espero una comida exquisita!

—¿De veras? —rascándose la cabeza replicó Marco—. Eeeeh, no soy muy bueno escogiendo platillos, pero podemos pedir que nos sugieran algo en el restaurante.

—¡Vayamos! ¡Tengo un apetito voraz!

—Concuerdo con usted, señorita Suzanne.

En el Restaurante descalzos, al aire libre con el mar Adriático rodeándolos, el frío cobijándolos, pero tenían abrigos; así que nada de qué preocuparse y el sol medio oculto entre nubes, causaba cierto picor.

—Buenas tardes, siéntansen como en casa. Bienvenidos a Restaurante descalzos el platillo sugerido del día es: "Rissoto di vongole". (Arroz, almejas, preparados en vino blanco, sal, pimienta, perejíl y ajo). ¿Qué les parece? —inquirió el mesero.

—Esa sugerencia me parece oportuna. —agregó Suzanne—. Alguien se ha salvado hoy de escoger un platillo exquisito. —dirigió su mirada retadora hacia Marco y continuó—: pero creo que tú también habrías elegido una comida suculenta.

—De seguro que sí, querida. —con mirada enternecedora respondió Marco y preguntó—: ¿Le gustaría una copa de vino, mi reina?

—Por supuesto que sí... a usted, a sus besos y a los copas de vino jamás les diría que no.

—Ya elegimos —ambos se dirigieron al mesero—. Hemos aceptado su sugerencia del platillo, deseamos dos copas de vino, una jarra de agua y para postres...

Rápidamente intervino Suzanne:

—¡Para postres deseamos pana cotta bañada en frutos rojos!, este postre nos ha maravillado. —puntualizó Suzanne.

—Así es —confirmó Marco mientras asentía con su cabeza.

—Sus deseos son órdenes —expresó el mesero y se retiró con el pedido.

—Así que ahora prefieres la pana cotta, en vez del baklava... alguien le está siendo infiel a sus gustos —exclamó Marco con sonrisa de oreja a oreja.

—Ninguno se compara con el baklava, pero este es muy rico y mientras estemos aquí... lo comeré. Y no te hagas, sé que también te encanta.

—No te equivocas, querida. Me gustan ambos, pero más dulces y adictivos son tus labios.

—¿Sabes..?, estoy de acuerdo contigo, porque tus ósculos también son sumamentes fascinantes.
Temo el día en que solo quiera besarlo, habitarlo y nunca más desprenderme de sus hábitos.

—Por fortuna el amor que siento por el amor de mi vida, me corresponde y me ama en igual proporción.

—Amar es lo más firme de la vida y casi nunca duele. Hay alas para volar y letras para escribir y darle vida a nuestra historia —susurró Suzanne entrelazando sus dedos con los de Marco.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora