Capítulo XXIV - Laurel.

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Después de una boda de ensueño y la despampanante y fugaz luna de miel; los días iban pasando y todo aparentaba un color rosa.
Cumpliendo el primer mes de casados y unos tantos días; el cumpleaños de Marco había llegado.
El veinticuatro de mayo, hicieron un pequeño agazajo en el Blau restaurant, Suzanne no pudo evitar profesar todo el amor que por su gran esposo sentía, uno de los presentes más significativos se lo obsequió ella; un hermoso relicario con su fotografía de bodas dentro; un lujoso reloj y su pastel favorito, selva negra.
Entre vinos, champán, aperitivos, brindis y cena.

Ellos eran esos esposos que se unieron sin planificar nada, nomás que la boda. Se amaban en demasía; como si de amar solo se trátase la vida. Casados, pero seguían viviendo separados, como novios; ya que Suzanne debía ocupar el departamento que la universidad le había otorgado, así que de vez en cuando como un total bandido Marco se escabullía por la ventana para amanecer junto a su amada. Aunque él ya adecuaba su apartamento a casa, porque sabría que pronto su esposa la habitaría y los hijos que viniesen también.
Suzanne finalizaba su tesis, era cuestión de meses para volver a Suiza, presentarse y sustentar todo el proyecto en el que trabajó y le apostó todo. Ya faltaba muy poco tiempo para graduarse y realizar el año obligatorio en su mismo país; ya no tenía derecho a intercambio, pero se las ingeniaría para seguir fluyendo en la felicidad de su esposo y ella.

—Esposo mío, dentro de un mes debo viajar a Suiza para la sustentación de la tesis. —comentó Suzanne. 

—Te he visto trabajar y esforzarte demasiado en este proyecto; sin duda alguna será uno de los mejores.  —respondió Marco.

—Espero que sí, cielo. Me siento conmocionada y con todas las emociones revueltas.

—Te comprendo en gran manera, cielo. Me pasó igual, pero todo salió bien y así mismo sucederá contigo. Además...

Rápidamente Suzanne intervino:

—De acuerdo contigo, cielo. Debo guardar la calma y confiar en todo lo que trabajé en este lapso. Ahora sí... ¿qué me ibas a decir?

—Que además... —entrecerrando los ojos respondió Marco y añadió—; estaré ahí para acompañarte, viajaré contigo a Zúrich.

Suzanne saltaba en un pie por todo el departamento, sonreía muchísimo y se prendía al cuello de Marco mientras sus labios se rozaban.
Entre casos, documentos, reuniones y la rutina diaria de la oficina las hojas en el calendario se fueron volando junto a los días.
Viajaron a Suiza y ahí en la Universidad de Zúrich, se encontraban la pareja de jóvenes esposos y el resto de estudiantes que regresaban de sus intercambios para realizar la sustentación de todo lo que en esos meses habían trabajado y lo proyectos que habían documentado cada uno desde sus áreas. La actividad se iba realizando aleatoriamente y en intervalos de cuarenta y cinco minutos, máximo una hora. Ni un minuto más, ni un minuto menos. 

Así que para ese día solo habían citado a Suzanne y cuatro jóvenes más.
El primero en pasar fue un joven de aproximadamente veintiocho años, que comentaba que su especialización estaba centrada en el área litigante. El tic tac del reloj era todo lo que se escuchaba en la sala alterna; los pulsos de todos estaban alterados, intentando mantener la calma, estaban a la expectativa de la salida del joven y en quién sería el siguiente en pasar y realizar su ponencia.

Así pasó el segundo, el tercero, el cuarto y por fin en quinto y último lugar entraba Suzanne; no bastaba ser la última y tampoco importaba, ya Suzanne destacaba, fue una de las mejores en la sustentación y su proyecto estaba bastante consolidado; la idea de este mismo causó tanto auge en el grupo evaluador que le solicitaron dos de sus artículos más sobresalientes para publicarlos en la Revista Abogacía Suprema; la más influyente de Europa.
Del otro lado de la puerta la esperaba Marco un poco inquieto y ansioso, sin saber determinar cuál era el veredicto por el rostro inexpresivo con el que salía Suzanne.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora