—Es nuestra culpa, André, por creer que todo lo suplíamos con bienes materiales —bufó la Sra. Margaret.
—Shhh... Claro que no, fue un accidente, querida. Todo estará bien, hay que guardar la calma.
Váyamos a casa, no tenemos mucho que hacer aquí —musitó de manera insulsa el Sr. Schmidt.Consternados los señores Schmidt, se dirigieron hacia su automóvil, ascendieron al auto y tomaron la avenida principal, ninguno mencionó palabra alguna, el camino fue breve pero extenuante, solo se encontraba su mansión fría y vacía en compañía de algunas mucamas, la mesa lista y la cena servida, las miradas pérdidas y las mentes vacías, inapetentes y un poco iracundos.
Un sollozo se escuchó a lo lejos y un estallido de la avalancha de emociones que la Sra. Schmidt había contenido retumbó en toda la mansión:—¡No es justo! ¡Yo debería estar en esa cama y no Juan!
—Tranquila, cariño —dijo el Sr. Schmidt, tomándole la mano a su esposa y agregó—; él mejorará, él es fuerte, ímprobo, es un campeón.
Los embargaba una agonía profunda, una zozobra inmensa, las horas eran eternas, se apagaban las velas, llorar no bastaba y la cama fastidiaba.
Los pasillos de la sala y el corredor se acortaban, por primera vez estaban viviendo en carne propia el dolor y soledad de su hijo, el mirar que tienen todo el tiempo del mundo para Juan, pero insconsciente en una habitación de terapia intensiva.
Las manecillas del reloj marcaban las 02:50 A.M. la pesadilla apenas iniciaba, el insomnio los perpetraba y los recuerdos los dejaban perplejos. En gran alevosía los señores Schmidt discutían, culpándose el uno al otro, la situación de Juan los tenía al borde del abismo, no concordaban.Pero... ¿quién puede ser coherente con lo qué siente cuándo un hijo... un único hijo está a punto de caminar con la muerte?
¿Por qué esperar hasta tocar fondo y sin naufragio, para querer flotar?Sonó el despertador a eso de las 05:00 A.M. En vilo, con el corazón colgando de un hilo, ninguno pudo conciliar con Morfeo, corrieron a alistarse, empacar pijamas y todo lo necesario para los cuidados de Juan.
Volvió a reinar el silencio entre ambos, estaban enojados, pero no de manera directa, su ira era provocada por su sentir interno, por solo ser un placebo, un espejismo para su hijo.
Emprendieron su camino para el Hospital Central Universitario Alemán, en la dependencia de terapia intensiva en la habitación 502, Juan seguía en coma, pero estable, respirando a través de máquinas. Para fortuna de todos no había sufrido una nueva recaída.El Dr. Weber, realizó la ronda médica, evaluó el pronóstico de Juan y las posibilidades de sacarlo del coma, solo han transcurrido veinticuatro horas desde aquel accidente y han parecido mil años.
Los señores Schmidt, llegaron hasta el área de terapia intensiva.—Buen día, soy la madre del joven Juan, está en la habitación 502.
—Sí, señora Schmidt, puede pasar a su habitación, pero antes debe colocarse bata, polainas, gorro y protector nasobucal —recalcó la Jefe Heel.
—Está bien, muy amable ¿en qué área están disponibles las normas de bioseguridad?
—En la línea amarilla; en la esquina derecha de la habitación, un placer servirle.
La señora Schmidt, cruzó la puerta de la fría habitación donde estaba hospedado su hijo, los pitidos de la bomba de medicamentos y el monitoreo de la actividad cardíaca, observaba el rostro de su hijo lleno de moretones, un férula sosteniendo su brazo izquierdo más los cien puntos de sutura, un tubo inmenso que atravesaba su garganta y los labios pálidos y resecos por todo eso que lo mantenía vivo.
No evitó la primera lágrima, los sollozos se escuchaban desde lo más lejos, de repente tomó su mano derecha, le dio un beso y musitó:
—Mi querido hijo, mi pequeño y brillante Juan, ¡qué irónica es la subsistencia!, años enteros en la facultad de medicina, para salvar vidas y hoy combates por la tuya en una habitación de terapia intensiva, en coma, sin poder comunicarte.
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Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa.
Ficción General¿Qué es de tu vida cuándo lo posees todo y a la vez nada? Cuando lo intangible lacera cada rincón del alma y ser. Por más que poseas, a veces no sirve de nada cuando suena el tic tac y lo más preciado de tu vida está a un paso del otro mundo. Dos...