Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa.

Capítulo XLIV - Ceros.

El amor por la familia está infravalorado, porque de verdad existen rencillas que logran quedar atrás y otras que simplemente deciden vivir por siempre. 
—Dann.

André, estaba bastante regocijado con sus sobrinas; él quería compartir todo los segundos que fueran necesarios a su lado. Así que decidió llegar al Pergamonmuseum (Museo de Pérgamo), era el último en el recorrido de la familia. Estaban transitando las dos obras artísticas más valiosas del museo como la puerta de Ishtar y el Altar de Pérgamo.

El Altar de Pérgamo, fue construido en la época helenística, fue dedicado a los dioses Zeus y Atenea. La Puerta Ishtar o Istar, haciéndole honor a la diosa del amor y la guerra, Istar. A diferencia de los otros museos, el de Pérgamo trasladaba los descubrimientos y obras hasta él y las reconstruían.

Las niñas amaban el lapislázuli en la inmensa puerta, los detalles dorados tan prolijos, eran unas fanáticas compulsivas por el arte, literatura y cultura.

—Tío, has venido... —logró divisarlo Anne entre la multitud, André, se encaminó hacia a ellos para poder terminar lo que le restaba a la exposición.

—Sí, cariño... he llegado... tarde, pero he llegado. —susurró entre dientes André.

—Lo que más me ha gustado es la puerta de Istar, ya que representa la deidad principal de Babilonia... Marduk —mencionó Marianne y continuó—: que se asocia con el período Hammurabi, y destacan que él era el sirviente diario del lugar sagrado.

Todos quedaron boquiabiertos incluso el guía que estaba dictando el recorrido y los datos sobresalientes de cada obra. Por último tomaron la fortografía familiar para el recuerdo y los ojos de Margaret, se nublaron al saber que el gozo no era completo porque Juan, no podía estar ahí compartiendo con ellos, aparte estaba colapsando por dentro, pero siempre daba la mejor cara, pero los ojos de mentiras no conocen nada, Annette, se la llevó a un lugar despejado para ayudarla a retomar la calma.

—Sé cuánto duele el sufrimiento de los hijos, Marga. —comentó Annette y agregó—: pero estamos aquí para lo que necesites, siempre puedes contar con nosotros.

—Uno quisiera tomar el lugar de ellos, quisiera estar en esa cama y que él estuviera de un lugar a otro en la universidad, investigaciones y demás. —Margaret, hizo un prolongado silencio y añadió—: lo extraño tanto... no imaginas cuánto, mi vida es irónica porque sobrevivía sin tiempo para él y ahora resulta que lo extraño. Una hipócrita soy.

—No, no te autoflageles de esa manera. Si todos supiéramos el futuro, la vida no tendría sentido; porque todo consta de desafíos, sorpresas y dejarse maravillar por lo incierto; aunque a veces lo no sabido sea doloroso. El amor y el dolor están ligados... muy atados al olvido. Las sonrisas pueden fingirse, pero las esperanzas del alma nunca podrán irse. Te abrazo con el mismo sentimiento de madre, yo habría desfallecido hace tiempo si alguna de mis niñas estuviera en ese lugar. Eres tan formidable, que te admiro tanto, mi querida cuñada.

Entre los anhelos inasibles, pervivía el ferviente amor de madre por ver caminar, hablar y estudiar a su pequeño hijo.
Annette, logró brindarle ese pedacito de cielo blanco a Margaret, tratando de apartar de sus ojos las borrascas del ser.

—¿Por qué se alejaron tanto? —reprochó Anne en tono molesto y continuó—: ¡Llevamos tiempo buscándolas!

—Es que tía Margaret, se sintió asfixiada entre la multitud... quería respirar, tesoro. —respondió Annette con mucha paz e inquirió—: ¿ya finalizó la exposición?