Capítulo XXXIII - Mísero.

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En el cuartel de máxima seguridad de la prisión CONCRETO, estaba Dedrick; un mísero humano que nunca vivió el amor verdadero, podrido de envidia y solitario.

El día de la boda de los Marx, su novia atrapó el ramo, pero Dedrick nunca fue suficiente para ella y se casó con otro que suplió todas sus expectativas, nublado de todos esos sentimientos infernales, siguió hundiendo a los que eran como sus hermanos.
Robándole la mayoría de las acciones, llevando doble contabilidad y usando viáticos supuestamente para viajar a Italia, para darles la putrefacta puñalada con sus aliados colombianos.

Cinco años pasaron de aquella tragedia que se grabó para siempre en la memoria de este despreciable ser; las palabras de aquella noticia donde confirmaban la muerte de los señores Marx, retumbaban en su cabeza y él solo se limitaba a repertirlas con cierta conmoción:

—"Se confirmó el deceso del abogado y empresario Marco Marx y su esposa".

Solo eso salía de su boca, de resto pasaba en absoluto silencio, pues desde aquel 10 de diciembre de 1987, Dedrick Kerner se enmudeció, cayó en la inmundicia de la locura, culpa y resentimiento. Un despojo humano, eso era. Los millones robados fueron confiscados, pero algo guardaba en cuentas alternas con otros registros y bajo otros seudónimos.

En medio de todo el comedor de máxima seguridad, Dedrick se postró de rodillas sobre el ardiente pavimento hasta que estas empezaran a sangrar, sus facciones eran tan frías como el hielo y tan vacías como la nada, en sus ojos se refleja la eterna oscuridad del averno, en medio de los demás convictos empezó a pregonar con fuerza:

—¡LLÉVENME A MI CELDA, SOLO ALLÍ HALLARÉ LA PAZ, LLÉVENME A MI CELDA, SOLO ALLÍ HALLARÉ LA LUZ!

Como un bucle siguió, siguió y siguió, hasta que un guardia se le acercó y lo dio un bolillazo en la parte media de la espalda, exigió más refuerzos y Dedrick fue sometido, esposado y trasladado hacia su celda, se apotronó en su inodoro y empezó a redactar una carta, por cada letra que escribía se hacía una herida en los antebrazos, cuando terminó de escribir, la guardó en un sobre y la selló, mantenía algo de dinero así que sobornó a un guardia para que hiciera llegar la carta a su destino.

—Nadie más puede verla, solo la cuidadora de la hija de los Marx o si es caso la misma niña. —recalcó Dedrick.

—Bien, me encargaré de que así sea. —respondió el guardia.

—Espero que lo tengas muy claro, nadie más... solo ellas. —readvirtió Dedrick.

La culpa carcomía la mente de Kerner, su calvario era ínfimo comparado al que enfrentó la familia Marx, quizá apenas empezaba a entregarse, fundirse o resumirse en la verdadera mazmorra, que es la miserableza del alma.

Dedrick Kerner cargaba consigo un diminuto, pero filoso bisturí, tomo una sábana y la enrolló en su boca, pasó la afilada hoja por todo lo profundo de su cuello desgarrando sus carótidas y yugulares; no emitió lamento, ni llanto, ni gemido alguno. Se ahogó en su propia sangre en el conteo de menos de dos minutos, el 26 de enero de 1992, terminó con su triste, vacía y mísera vida.

El cuerpo fue levantado por medicina forense, no investigaron más a fondo, todos determinaron que fue un suicidio, ni siquiera recibió cristiana sepultura, una fosa común fue su último lecho, nadie sintió, nadie preguntó, nadie lloró. Los seres míseros no obtienen, ni reciben compasión del mundo, son  crucificados, lapidados y olvidados en su dolor latente en el limbo, sin paz, sin alma, sin descanso. Sin nada, porque nada merecen y nada son. Artífice de su cruel, crudo y negro destino, la envidia lo sepultó, la ambición lo encarceló y la culpa lo mató.

Nada puede ser más miserable que destruir la vida de un hermano, el dinero no podría solventar todo el detrimentro provocado. Los infiernos nacen en las mentes y las mantienen en ansiedad constante. El horror de la vida es la mente humana si se usa para dañar, incluso a los que más te aman, a los que más te alivian, a los que más te curan.

El hecho de no tener remordimiento, te convierte en un demonio, un demonio que más adelante cobrará una a una tus mentiras, con su garra infernal te arrancará el alma, mientras intentas lamentarme, él se comerá tus vísceras; porque tú abriste la puerta a la sombría envidia y allí mismo morirás, sin compasión, sin redención, sin salvación alguna.

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora