Capítulo XLI - Revelaciones.

16 3 8
                                    

Con la convicción de que Juan, estaba bien y saliendo del peligro, todos se dirigieron a la segunda mansión Schmidt, que era la que pertenecía a André, pues la primera pertenecía a su padre, la tercera a la señora Marisa y la cuarta estaba destinada para Gustav, quizá su franqueza, orgullo y dignidad no le permitirían habitarla nunca.

Una cena bastante apacible, se respiraba un aire sereno, la misma sensación de la noche acompañada de la luna radiante y mil estrellas, todos reían, brindaban con vino y las señoras con agua, porque así lo querían.

—Quiero brindar por el reencuentro de mis hijos —vociferó Marisa e inclinó la copa hacia el frente—. Soñé tanto con este momento, jamás quise elegir entre el uno o el otro, pero Karl, no me dejó opciones; me amenazó con internarme en una unidad mental... por esa razón separé nuestros camin...

—No hace falta que lo digas, madre. Te creo todo, por favor..., ya no te disculpes más. -intervino André.

—Por primera vez en la vida estoy de acuerdo con mi querido hermano. —bromeó Gustav.

—Brindemos porque Juan, está mejorando, porque nuestra familia ha hallado el perdón que durante años se negó. Es hora de borrar el pasado. —exclamó Margaret y le dio un sorbo a su copa.

Continuaron cenando, entre el sonido de los tenedores, las velas iluminando la amplia mesa vestida con manteles blancos. André, se dirigió a la cocina a pedirle a la mucama que por favor arreglara dos habitaciones, pues su madre y su hermano se quedarían esa noche en casa.

—¿Van a quedarse? —preguntó Margaret dirigiéndose a su cuñado y madre.

—Por supuesto que sí. —recalcó Marisa.

—Eh, no creo que sea conveniente. —balbuceó Gustav.

—¿Cómo qué no, hermano? —replicó André—. No puedes seguir quedándote en el hotel, las puertas de nuestro hogar están abiertas para ti.

—Te lo agradezco, hermano, pero debo pasar por mis maletas...

—Por eso no te mortifiques, puedo mandar a recogerlas esta misma noche si deseas.

—Tranquilo, está bien, yo me quedo... pero mañana a primera hora envías por mis maletas, deja a esos pobres hombres descansar.

—Pero si ese es su trabajo, para eso les pago.

—André... no empieces, por favor. —chistó Gustav, colocando los ojos en blanco.

—Es broma... —sonrió con picardía y prosiguió—: ¿qué ha sido de tu vida, hermano? Quiero saberlo todo... ha pasado tanto tiempo.

—Demasiado diría yo... —resopló Gustav y sopesó de manera breve—: veinte años, veinte años han pasado.

—Estás errado... han pasado veintiún años, ya casi veintidós...

—Nos perdimos tanto... pero nunca es tarde. De seguro el cumpleaños número 23 de Juan, lo pase aquí.

—¿En serio, Gustav? ¿Y tus labores en Islandia?

—¿Cómo sabes qué vivo en Islandia? ¿Acaso no era que no te interesaba ni un tantito mi vida? —rió con sorna Gustav.

—Pues... —carraspeó André y añadió—: debo confesar que sí te he espiado un poco, pero solo un poquito...

Terminaron de cenar y las señoras se dirigieron a la sala, para que los hermanos pudieran tener el espacio a solas que merecían y poder ahondar en los dolores que los marcaron para poder vivir su catarsis.

—Verás, Gustav... llevamos la misma sangre y es tan poco lo que tenemos en común y lo que sabemos el uno del otro.

—Nos une el amor, ese mismo amor que papá nos intentó arrebatar, pero en lo recóndito de nuestro espíritu manteníamos el cariño, pero no te me escapes de lo que realmente quiero saber, ¿cómo así qué me espiabas?

Crónicas de un alma valiente antes de ser occisa. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora