9-PALOMA (II)

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18 de Septiembre. Los dos primeros días surfeando habían sido bastante divertidos, para ser honestos. Carlos era encantador y nos daba la clase de forma muy precisa, Rosalía y yo nos entendíamos estupendamente, el tiempo esos días había sido muy positivo... Predije que podría pasarlo bien y disfrutar de las clases.

Pero lo más importante de todo: Nadie sabía que era trans.

No tenía necesidad de esconderlo, lo sé. Pero no estaba por la labor de mostrarlo y recibir burlas descontroladas o que mis compañeros me observasen en estado de shock durante mucho tiempo. ¿Qué iban a pensar de mí si supiesen que en realidad era una mujer con pene? Seguro que se escandalizarían muchísimo.

En los vestuarios, lo oculté de las mejores formas posibles; me cubría con el poncho y lo ajustaba muy bien con el fin de prevenir que se me cayese accidentalmente. Corría a gran velocidad cerca de mis compañeros para que no fuesen capaces de percibir lo que tenía bajo las piernas. Salía rápidamente de los vestuarios. Hacía cosas imposibles con el fin de que nadie se diera cuenta.

Igualmente, hasta cuándo iba a vivir con esta mentira. Hasta cuándo iba a dejar de sentirme incómoda conmigo misma. Se supone que debo comportarme como la mujer empoderada que soy, sin temor a lo que pueda sucederme. Sí, soy yo. Paloma Santos. Una mujer trans que en un pasado nació bajo el deadname de Pedro Santos y resurgió para convertirse en lo que es ahora y lo que siempre fue y en lo que debió nacer. Así fue mi discurso en el Orgullo de A Coruña en el año 2016, cuando confesé mi transexualidad delante de todos. Y esas son las palabras que me repitiré siempre a mí misma sin condición alguna cada vez que me sienta insegura.

Sí, yo lo entiendo. Me entiendo. No obstante, es la sociedad la que no me entiende.

En esta tercera clase, Rosalía, Nicolás y yo salimos escopetados a las frías aguas de Bastiagueiro con el fin de sumergirnos en las olas. En pleno camino, Rosalía se paró en el medio, tan pronto cruzó la orilla. Nicolás y yo la miramos aturdidos.

–Tía, ¿qué te pasa?–Le pregunté

–El agua está muy fría y las olas muy bravas–Aclaró–¿Qué pasa si nos sucede algo?

Me puse los dedos en el puente de la nariz, mientras Nicolás la miraba embobado y extrañado.

–¿Enserio? Llevamos como tres clases ya, ¿acaso no creías que esto pudiese pasar?

–No sé, Carlos no ha llegado aún.

–Tía, métete en el agua, Carlos llegará ahora seguro.

Rosalía se fue incorporando poco a poco en el agua. Sin embargo, no era capaz de meterse del todo. En verdad, tenía razón: La marea era más arrolladora que nunca. ¿Podría llevarnos disparados? Quién sabe... Pero estamos en surf por algo.

Cansada de su temor, arrastré a Rosalía de las manos, mientras Nicolás me ayudaba. La tabla de ella se cayó a la orilla y el invento en su pie la salvó de que el mar no se la llevase.

–¿Qué narices hacéis? ¡Soltadme!

–Tía, no te vas a quedar aquí quieta tres siglos, ¡tienes que meterte ya en el agua!

Carlos se acercó a nosotros y se quedó anonadado al vernos insistir el arrastrar a nuestra compañera al agua de forma repentina.

–¿Pero qué pasa aquí?–Chilló.

Nico y yo nos miramos con las cejas arqueadas y le devolvimos la mirada a él.

–Que Rosalía es una cagada–Río él, pero yo le di una colleja antes de que pudiese reírse más alto.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora