40-NÉSTOR (VII)

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-¿Quieres salir ya de la habitación? Te vas a amargar si sigues así.

Antía golpeaba a la puerta de mi cuarto como si le fuese la vida en ello.

8 de Febrero. Llevaba tres días lamentables. Camila me había rechazado en el último momento a causa de lo sucedido en la playa con su ex novio. Y, por consiguiente, no quería verme más. Yo no podía parar de pensar y pensar al respecto. Me parecía bastante ingenuo por su parte tener que formar su vida en función a lo que le decía un hombre en lugar de enfrentarse fortuitamente a él. A la vez, temía con creces que pudiera volver a caer en sus garras. Ya sé que era una tontería tener ese miedo tan difícilmente probable. Aún así, conociendo a Camila y su forma de vida, no era de extrañar que Carlos volviese a engañarla con palabras bonitas para llevársela de su lado.

Y no. No podía pensar en eso.

No podía tener en la cabeza la idea de que, después de haberme besado y haberme enseñado a bailar, así como de haberme demostrado que mis sentimientos eran mutuos, fuese a ser capaz de irse de nuevo con el hetero macho seductor por presión. Eso me haría sentir más inseguridades sobre mí mismo, mi personalidad tan parada en comparación y, para colmo, mi sexualidad y cómo ésta espantaba a todo el mundo a la hora de una relación romántica; especialmente, a las mujeres heterosexuales.

Estaba acostado en la cama, boca abajo, cubriendo de saladas lágrimas mi gran cojín de estrellitas que mi madre me compró en el Ikea de Ponferrada.

-Déjame en paz-Le repliqué a Antía

Oí la voz cansada de Andrés atravesar la puerta. En ese instante, acababa de llegar de clase.

-¿Sigue lloriqueando por la colombiana esa?

-Sí...-Le respondió mi amiga-No hay manera de hacerlo parar.

-¡Néstor, bro!-Andrés petó con fuerza-Por dios, ven a que te de el aire. No hagas tanta vida de informático antisocial, que el informático de esta casa soy yo.

Golpeé con fuerza la mesilla con mi puño. Cómo cojones les iba a hacer entender que no quería hablar con nadie.

-¿Podéis dejarme en paz?

-Bueno...-Oí los pasos de Antía alejarse cuando terminé de quejarme-Al menos vendrás a desayunar, ¿no? Además, hoy te toca limpiar a ti.

-Sí...-Repliqué

No oí nada después de aquello. Lo cual me hizo sentir algo de tranquilidad al respecto.

A veces pensaba que tenían razón. Estar tanto tiempo encerrado en casa por culpa de alguien que me había rechazado era de locos y muy inmaduro. Más no podía contenerlo. Estaba tan pillado por Camila, me atrevería a decir que prácticamente enamorado, que la sola idea de saber que lo nuestro no podría funcionar me resultaba acongojante y me hundía en la miseria.

Me preguntaba por qué había llegado hasta tal punto. Hacía sólo cuestión de cinco meses o cuatro que Camila y yo nos llevábamos horriblemente, hasta el punto de tener palizas por parte de ella o dedicarnos una serie de insultos. Si es que éramos y somos tan diferentes... Ella, con su actitud divertida y fiestera, y yo, por otro lado, más tranquilo, paciente y cerrado. Además, su corregible ignorancia no casaba con mi esnobismo genético.

Resultaba una locura... No podríamos formar una pareja que durase mucho tiempo, a menos que yo lo deseara con fervor.

Y no quería que acabase con aquel maltratador machista de nuevo. Me haría sentir inferior y, a la vez, me haría desear que no le sucediera nada malo a ella.

Si encontrara a ese impresentable... Le haría sentir más dolor que el que ya tuvo que sentir en el momento en el que temí porque la agrediera en la cuesta...

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora