42-NICOLÁS (VII)

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La idea de ir a cenar con Paloma me parecía un sueño. No pude parar de pensarlo en toda la clase. Apenas me concentré en las olas ese 19 de Febrero; sólo observaba el cuerpo de mi chica marcarse en el resbaladizo neopreno y en la increíble noche que nos esperaba.

Y esta sería la noche. Este sería el momento en el que la besaría. Esta vez lo haría por voluntad propia.

No podría contar con los dedos de las manos la de veces que estuve frente al espejo, calentando mi voz, echando el aliento al empañado cristal, y peinándome, en toda la tarde. Quería verme lo más masculino y atractivo posible. No quería que viese en mí un pringao de cuarta, si no un auténtico hombre que iba a hacer cuanto fuese posible con tal de llevársela a sus aposentos, tal y cómo deseaba.

Pasé tanto tiempo frente al espejo que pude detectar, tras de él, cómo mi compañero Fabián me observaba con incerteza y algo divertido.

-A ver, ilumíname. ¿Vas a ir al cajero y la del banco está buena? ¿O qué cojones te pasa hoy?

Giré mi cuello hacia él bruscamente, y tragué saliva antes de pensar una respuesta ingeniosa con la cual pudiese salir del paso.

-Voy... Voy a una cita.

-Se nota muchísimo, cabrón. Tú no te pasas tanto tiempo en el espejo ni aunque sea para ir a una boda. Sólo me gustaría aclarar una duda, Nico: ¿Quién es la afortunada?

Apreté los labios y mostré una sonrisa insegura. Tenía que mentir de alguna manera. No podía contarle a mi amigo que me iba a ir con la chavala a la que traté de travesti en su cara. Fabián no era tan de juzgar como los demás... Pero temía que se lo pudiese contar a David o que el tema traspasase las cuatro paredes de la casa.

-Una chica...

-Hombre, si era un tío ya era para preocuparse-Se rió.

Sentí que eso no me había sentado del todo bien. Lo cual me desconcertó posteriormente, pues nunca había encontrado esos comentarios tan hirientes.

No quise seguir hablando con mi amigo. Sin pudor alguno, pasé al lado de él, sin camiseta y en calzoncillos, en dirección a mi habitación a vestirme.

-Te contaré después, chao, tío.

Presionado y angustiado, atravesé la puerta de mi habitación. Y ahí llegaría el dilema al cual, como hombre, nunca pensé qué llegaría: Saber qué ponerme.

Esto es cosa de tías. Recuerdo que Cayetana siempre me enseñaba los tropecientos conjuntos que tenía en el armario preguntándome si éste le quedaba muy bien o si veía que el otro le hacía muy gorda. Yo mientras, estaba tumbado en la cama, con un mini croissant en la boca, y asentía a prácticamente todo, haciéndole ver que, se pusiera lo que se pusiese, iba a estar preciosa. En mi mente, me parece tan de locos que las mujeres se preocupasen con tanto interés en cómo iban vestidas... Yo mientras, cojo el primer conjunto que encuentro y pista.

Más ahora era diferente. Nunca pude imaginarme que, algún día, intentaría no parecer facha. Vale, era una tontería. Paloma ya me había visto vestido como tal un millón de veces, y esta vez la situación no habría de cambiar. Pero no quería que la gente nos mirase y viese a esa mujer tan hermosa, tan empoderada y tan segura de sí misma, con alguien como yo, que a leguas se notaba lo que votaba. Ella estaba a años luz de mí, y yo lo sabía. Por tanto, no quería demostrarlo con la vestimenta.

Evalué la situación varias veces, hasta que encontré una camisa de rayas roja y blanca que era de mi padre. Esa camisa podría hacer posible que pudiese disimular un poco. Luego, unos pantalones pitillo, con los cuales no usé cinturón para que no se vieran ajustados. Luego, unas Nike muy informales que jamás creí que me pondría. Por último, prescindí de chaleco y de jersey para protegerme del frío, y decidí ponerme un abrigo de capucha de pelo normal.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora