25 de Septiembre. Era mi último día en surf de todo el mes. Luego me esperaba una buena.
Haberse apuntado a surf era un error en un principio. No me sentí más mariposón ni más débil que las veces que tuve que arrastrar la tabla de camino a la escuela.
Desafortunadamente, llevaba años sin hacer deporte, y no estaba acostumbrado a carretar tanto peso, ni a mover los brazos tanto... Y ya ni hablo de que Rosalía y Paloma ya se pusieron de pie, y yo sigo puto acostado en la tabla cada vez que cojo una ola porque, en el momento que llega la ola, me entra el miedo de levantarme. Sí... Una noche de borrachera con una buchona me ha llevado a esto.
No me apetecía ir. Llevaba una semana entera que no tenía la conciencia tranquila. Lo que había visto... El momento en el que vi a Paloma... No era capaz de sacarme eso de la cabeza. Esa polla colgante delante de mis putas narices en el cuerpo de una supuesta mujer. Observar eso me hizo completamente incapaz de reaccionar ante ello. Me cuestionaba a mí mismo si debía decirle algo. Quería decirle que no pasaba nada, que lo aceptaba. No todo el mundo es realmente normal. Pero por otro lado, esa figura, esa cosa debajo de ella... Me hacía sentirme incómodo. Quién me iba a decir que iba a estar trabajando con un travesti. Era raro y curioso a partes iguales.
Igualmente, no quise reaccionar tan mal. Cuando grité lo de sus partes bajas, observé la vergüenza en su cara. Se notaba que para ella era un tema sensible y delicado, y el hecho de ser un travesti le era incómodo. Y me parecía totalmente comprensible. Me sentí mal. No pude evitarlo. No tardé en darme cuenta de que mis chillidos fueron desafortunados. Pero no sabía cómo reaccionar.
Me encerré en la cama a eso de las ocho deseando no acudir a las clases. Sin embargo, Fabián y David me forzaron a ir gritándome que no fuera un marica. Cuando salí poco después por la puerta, empecé a ensayar lo que podría ser una posible disculpa. Cuidé todas y cada una de las palabras que pensaba decirle. Cuando cogí el autobús, tragué saliva. No iba con ganas a esa clase. Sólo quería meter mi gran cabeza en un barril de lejía reflejando mi ardua vergüenza.
Llegué al portalón a eso de las nueve y media, antes de entrar en clase. Carlos aún no había llegado. No obstante, Rosalía y Paloma ya estaban esperando en la puerta, apoyadas en el bordillo. Nuestro bordillo de confianza.
Subí rápidamente la cuesta, con una sonrisa en la cara, esperando que alguna de las dos me mirara o hiciese caso. No que me vieran como un puto payaso.
Más me equivoqué.
-¡Hola, chicas!-Dije, riéndome tímidamente. Ahí, ellas dejaron de hablar, disminuyeron sus sonrisas y me dieron la espalda.
Lo que hiciera Rosalía me la sudaba. No estaba por la labor de hacerle caso. Era Paloma la que me preocupaba. Así que la cogí de la muñeca y la alejé de su amiga, sin decir nada. Paloma me miró escéptica, tratando de soltarse la muñeca de mi mano.
-¿Qué coño te pasa? ¡Suéltame!
-Paloma-La giré hacia mí-Quiero hablar contigo.
-Tú y yo no tenemos absolutamente nada de lo que hablar-Se soltó su muñeca-Déjame en paz si me haces el favor.
Intentó marcharse, pero yo la volví a agarrar, esta vez cogiéndole de la cintura. No pensaba dejar esto así. Fuera como fuese, tenía que hacer que me escuchara.
-Ya sé que no hemos empezado con buen pie, tía-Le dije, sin quitar mi mano de su cintura-Pero quería pedirte perdón por lo que...
-¿Podrías quitarme la puta mano de la cintura?-Me interrumpió, señalándola-Me parece que no sabes coger a las tías de otra forma. Ah, no, espera, que no quieres ligar conmigo porque tengo ¡falo! y eso te haría ¡maricón!
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Los Colores de Las Olas
Teen FictionSeis personajes. Seis frustraciones. Tres historias. Camila, Rosalía, Paloma, Néstor, Bruno y Nicolás tienen vidas muy diferentes. Sufren cosas muy distintas, desde la pérdida hasta la acentuación de sus inseguridades, pasando por el maltrato en el...