–¿Qué pide un cerdo por Navidad?
Paloma, Rosalía y yo nos quedamos mirando a Carlos confundidos, esperando la respuesta de aquel chiste. Estábamos subiendo, de vuelta, el famoso camino de la Playa de Bastiagueiro.
–¡La wiiiiiii!–Gritó en tono elevado y con voz aguda.
Nuestra expresión de confusión se transformó y comenzamos a reír como descosidos a medida que nos despistábamos en nuestro camino hasta la escuela. La verdad es que yo estaba divirtiéndome bastante con esa idea de contar chistes nada más terminada una ajetreada clase.
Después de las descontroladas bromas, Rosalía fue la siguiente en seguirle el juego a nuestro monitor.
–Vale, vale, se me acaba de ocurrir otro a mí también–Paloma, Carlos y yo nos quedamos mirándola, sin eliminar una sonrisa de nuestra cara–¿Cuál es la diferencia entre caerse de un sexto piso y de un primero?
Yo sacudí la cabeza y miré a mi chica, quien hizo lo correspondiente.
–Que desde el sexto piso dices: ¡aaaaaah!. Pum. Y desde el primer piso dices: ¡Pum! Ayayayayaya.
Comenzó a darme la risa floja y a sentir grima en mi cuerpo al mismo tiempo. Paloma rió conmigo, indudablemente. Y nuestro monitor, a cada chiste que hacíamos, se reía cada vez más. Posteriormente, me tocó a mí, quién contó el chiste del ladrillo, que causó la misma sensación de pudor pero gracia al mismo tiempo. Y por último, le tocó a Paloma, que contó un chiste muy irrelevante y cansino de nata que nos llevó hasta la llegada a la escuela, pero que, al final del día, hizo gracia en el último momento.
26 de Marzo. En verdad, estábamos más animados desde que esta primavera se había convertido en la primera en la cual estaríamos haciendo surf. El agua estaba perfecta para coger las olas, y el tiempo era ideal. Casi nunca llovía, y se notaba los primeros detalles del verano aparecer en este año. Y yo... Yo me sentía feliz. Todo en mi vida parecía estar cabalgando hasta la cima desde que estaba con Paloma. Me apoyaba con creces en épocas de trabajos, nos contábamos hasta las cosas más irrelevantes que nos habían pasado desde que estábamos juntos, escuchábamos "Donda" y "Motomami" juntos, encerrados en su casa del árbol, por lo menos una vez a la semana. Otras veces, quedábamos para ver películas. Ya podían ser de Disney, como podían ser románticas, como podía ser 8 millas, que curiosamente, es nuestra película preferida. Y estaba feliz, sentía calor, amor... El sexo era indiferente, y ni siquiera me había dado tiempo a mentalizarme en la idea de tener relaciones sexuales con ella. Nunca me había sentido tan apegado a otra chica, alejándome del tema del sexo, como lo estaba haciendo con Paloma.
Entramos en la escuela, dispuestos a cambiarnos. Yo me sacudía el pelo con las manos mientras ella me daba un beso en la mejilla.
–Hoy vamos al parque de Los Puentes, ¿no? Un poco antes de comer–Me preguntó, con su dulce y melodiosa voz que resultaba para mí un cántico para mis sensibles oídos.
–Me parece bien. De todas formas, ya sabes que yo contigo voy a cualquier lado–Le contesté, suave y picante al mismo tiempo.
Me sonrió y me miró fijamente. Acto seguido, agarró mi barbilla y me besó en los labios, lento y con tornillo. Rosalía la avisó después y fue entrando en el vestuario.
Todo estaba cambiando en mí desde que estaba con ella. Había dejado de verla como un "hombre con peluca" o un "defecto de fábrica". Paloma era para mí una mujer como cualquier otra. Pero, a diferencia de otras, ella era única, y me daba la pasión y, al mismo tiempo, el cariño que nunca sentí que me podrían proporcionar. Veía en ella una auténtica diosa. Lo notaba en la forma en la que caminaba, mostrando esas piernas tan delgadas y depiladas que se apreciaban sin tapujos a medida que el viento levantaba sus faldas. Lo notaba en su dulzura y su feminidad tan marcada. Lo percibía en esos pechos que tanto me encantaba sobar y sentir cuando tenía la oportunidad de acariciarlos. También en su suave cuello, sus preciosas curvas y su voz, que me hacía estremecer hasta subir a un cielo bañado por los colores violetas de una puesta de sol en verano. Paloma era, definitivamente, la mujer que nunca creí que iba a amar, pero la que jamás supe que necesitaría. Y, a diferencia de otras, sentía que jamás la engañaría, ni la traicionaría. No salía de fiesta pensando en ver a otras chicas como siempre hice, aún teniendo novia. No quería fantasear con otras mientras hacía mis acciones. Sólo ella ocupaba mi mente. Si me llegan a decir esto hace unos meses, no me lo creo.
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Los Colores de Las Olas
Teen FictionSeis personajes. Seis frustraciones. Tres historias. Camila, Rosalía, Paloma, Néstor, Bruno y Nicolás tienen vidas muy diferentes. Sufren cosas muy distintas, desde la pérdida hasta la acentuación de sus inseguridades, pasando por el maltrato en el...