25-CAMILA (V)

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-Bruno podría bajar el tonito por una vez en su condenada vida-Se quejaba Antía, poniendo los ojos en blanco.

Las dos habíamos cogido la misma ola y habíamos acabado en la orilla al mismo tiempo. Y yo no tenía más opción que darle la razón. En la misma orilla, éramos capaces de oír a Bruno darle una conversación sobre patos a Eva, la monitora. Él, por su parte, estaba donde rompía la ola, muy lejos, antes de que la próxima viniera hacia nosotros. Y aún así, se le oía. Su estridente tono de voz, su forma de ser, tan enérgica y emotiva, y su cargante acento de la Galicia Occidental hacían posible que cualquiera pudiese percatarse de todas las cosas que decía, aunque estuviera en la otra punta de la playa. Él no quiere gritar, pero su tono de voz lo hace prácticamente imposible.

Es decir, yo soy habladora y extrovertida, pero lo de él es otro rollo.

-No te preocupes, en cualquier momento Eva volcará su tabla y pasará de empujarlo con la espuma-Me reí.

Conseguí contagiar a Antía, y comenzamos a reírnos mientras nos dirigíamos de vuelta hasta la ola, esquivando las numerosas algas que se ponían frente nuestra. Bastiagueiro era el paraíso de las algas. A cada ola que cogíamos, teníamos que volver y creo que se nos metían tres algas distintas por encima del condenado neopreno.

Me sentía contenta de haber vuelto a estrechar lazos con Antía. Hacía días que me había estado comentando, tanto ella como Gema, que la tirria que me tenían no tenía ningún sentido, y que además Néstor ya no me guardaba el mismo rencor que antes. Por lo tanto, habíamos podido volver a hablar sin ningún problema. Sin que ellas quisieran tirarme de los pelos, vamos.

Me resultaba reconfortante. No hay nada más agradable que reconciliarse con la gente, aunque apenas la conozcas.

Cuando me dirigí al centro del mar y me coloqué en la tabla, Néstor estaba sentado en la suya. Me sonrió, y yo aproveché el momento para sonreírle de vuelta, aunque con una medio sonrisa, no tan abierta como la suya.

Por alguna razón, cuando me sonrió, observé con mayor fijación sus grises ojos. Nunca me había fijado tanto en ellos. Eran muy grandes, bastante más que los míos. Demasiado grisáceos, también. Nunca en mi vida había visto unos ojos tan grises. Normalmente tiran a algo de azul, pero los de Néstor eran gris puro. Gris claro, pero puro.

Cuando me miró y sonrió, los achinó un poco. Hizo que me percatase al momento de que eran más grandes de lo que yo había alcanzado a observar o, siquiera, a fijarme. Achinados tomaban otra forma. Más bonita. Y quizá, se veían más brillantes...

Quizá quería decir que sus ojos empezaron a brillar en el instante en el que comenzó a mirarme.

Me distraje observando sus ojos. Más no sospeché que la distracción fuese a ser tan letal. Pues, en mi ferviente fijación en ellos, acabó por salirme el tiro por la culata. Una ola gigante, de las más grandes que habían venido en toda la mañana, rompió justo en el lugar donde yo estaba apoyada en mi tabla. Empezó a arrollarme hasta la orilla, haciéndome tragar más agua que en toda la mañana, y metiéndose en mi nariz, en mis oídos y haciendo que un montón de algas se me enredaran en el pelo.

Me levanté del agua tosiendo y expulsando un alga que podría haberme tragado. Me sonrojé, avergonzada, y evité mirar atrás, donde oí los gritos de Eva.

-¡Camila, te distrajiste! ¡Tendrías que haber intentado pillarla!

-¡Lo siento!-Le grité, desde la orilla.

-¿¡Estás bien!?-Preguntó Bruno desde lejos, sentado en la tabla, con su potente voz. No se molestó en subir el tono. Él mismo sabía lo alto que era.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora