41-BRUNO (VII)

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Mi piel estaba bruscamente erizada a causa del frío, y la fuerza de mis brazos apenas respondía por las grandes remadas que había estado haciendo durante toda la clase de surf.

19 de Febrero. El invierno estaba a punto de terminar, pero el temporal en el mar todavía se mantenía persistente y fuerte. Tuvimos que irnos varias veces hasta la otra esquina de la playa, pues no dábamos encontrado un sólo lugar en el cual pudiéramos concentrarnos para practicar la puesta en pie. Da igual dónde estuviésemos; no podíamos alcanzar sitio en el cual no corriésemos el riesgo de que las olas no rompieran encima nuestra y nos ahogasen.

Cuando llegué al vestuario y me quitaba el complicadísimo y poco resbaladizo neopreno que apenas rozaba por mi cuerpo, soñaba con llegar lo antes posible a casa y echarme una siesta que durara horas. Por lo tanto, pensé en que hoy debía comentarle a Rosa que no hiciésemos ningún deporte. Supuse que ella también estaría cansada.

-No me había encontrado nunca tan exhausto y aburrido del agua como hoy-Protestó Néstor, justo a mi lado en el banco-No me digas que después de esto tienes ganas de seguir jugando a las canicas.

-No se me ocurriría nada peor que hacer ahora-Aclaré

-Pues ya es raro en ti...

Suspiré lentamente. Es raro, sí. Nunca me había encontrado a mí mismo renunciando a hacer deporte como lo estaba haciendo en ese momento. No obstante, qué iba a hacer, si sentía que quería meterme en la cama, tapado con cuarenta combinaciones de mantas, y no salir de ella hasta la hora de comer.

Además, ponerme unos límites de vez en cuando me iba a venir bien.

Salí del vestuario al mismo tiempo que Néstor. Camila estaba preparada, esperando en la puerta, sin yo saber por qué. Vi su sonrisa acentuarse cuando avistó a mi amigo desde la lejanía, y éste le respondió guiñándole el ojo y una mirada un tanto sospechosa. Cuando sonreía a otras personas, no hacía miradas tan "provocativas". Si es que así se les puede llamar.

Noté que quería contenerme la risa, pero era incapaz de hacerlo. Acto seguido, miré a mi amigo, alucinando. Él me devolvió la mirada enseguida, con las cejas arqueadas y dejando de sonreír eventualmente.

-¿Qué?

-Tío, tendrías que ver cómo te ha brillado la cara cuando has visto a Camila esperando por ti.

Él miró hacia otro lado y se alejó un poco de mí, como si pensara que lo que estaba diciendo era una auténtica tontería.

-¿Qué cojones dices, tío? No es como si tuviera nada con ella ni nada.

Sonreí, irónico, y me crucé de brazos.

-Ya, lo que tú digas, anormal-Le golpeé la espalda y lo empujé hacia delante, cuando estábamos a punto de cruzar la puerta-Venga, ve con ella, Romeo

-Romeo tu puta madre-Me dijo, resignado. Pero era muy difícil no darse cuenta de que le estaban brillando las mejillas. A mí no me engañan.

Empezó a caminar hacia ella, y supe perfectamente que me mentía cuando la hundió en sus brazos como si fuera un peluche perdido al cual le tuvo cariño desde su más tierna infancia. Los miré un rato sonriendo, a medida que iban abandonando la escuela.

Suspiré hondo. Me puse las manos en los bolsillos y pensé que, antes de irme, me iba a venir bien tomar un refresco, o un snack de estos que coges en las máquinas del aula de trabajo de la Universidad en época de exámenes y trabajos. Así que emprendí mi camino hasta las máquinas que estaban entre la zona de tablas y los vestuarios y la enfermería. Mis máquinas expendedoras de confianza, para quitarme el apetito que llevo siempre después de estar dos horas dentro del agua.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora