10-NÉSTOR (II)

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18 de Septiembre. Acudía a la tercera clase de Surf. No obstante, esta vez lo haría yo solo.

Antía tenía una comida familiar en su casa en Allariz. Era el noventa cumpleaños de su abuelo, quien encima estaba senil, con lo cual podría ser el último. Así que bajó. Por otro lado, Gema conoció a un tío mazado la semana anterior, con el cual se había besado de fiesta, creo que en el Amura. Y era el sábado por la mañana el único día en el que podía quedar con él. (Por dios, quién tiene citas románticas a las diez de la mañana, yo planto a la persona y pista).

Cogí el Uber, que paró frente a mi casa de Coruña, en la Calle Alfonso VIII, a las nueve en punto de la mañana. Cuando fui a cogerlo, Andrés seguía durmiendo, roncando cuan hipopótamo de dibujos animados a punto de estornudar. Salí sigilosamente por la puerta, procurando que él no me oyera ni que osara despertarle. Me escabullí rápido del portal tan pronto vi el coche del Uber esperando pacientemente frente a la puerta de casa.

Durante el viaje de ida, así como los últimos tres días, no podía sacarme a Paloma de la cabeza. Su preciosa cara ovalada que brillaba bajo la luz de la luna, sus ojos brillantes avellana y su boca piñón morada. Aquel miércoles había sido mágico, y no dudé en llamar a Olivia para darle las gracias por tan exquisita delicatessen. Sólo Paloma y yo, bajo esa oscilante luna, esas brillantes estrellas y la gente paseando a nuestro alrededor sin estorbar nuestro cálido abrazo y contacto romántico. Iba embobado en el coche pensando en su belleza y su mirar, deseando volver a besarla.

Cosa que sucedería, ya que la volvería a ver al día siguiente para ir a comer al Domino's. Y ya después, lo que pudiera suceder.

Estaba tan prendado y tan inconsciente en el largo viaje en coche que el conductor me sorprendió en el momento en el que éste frenó en seco, mientras yo observaba la ventana sin ser consciente de dónde estaba.

-Muchacho, es aquí.

Abrí mis casi cerrados ojos, aturdido. Giré bruscamente la cabeza, mientras el hombre me miraba fijamente, juzgando mi distante actitud. Respondí a su mirada pestañeando con constancia.

-Ah-Me saqué rápido el cinturón-Ya, gracias. Ya... Ya me voy.

Pegué un fuerte suspiro y abrí la puerta del coche, con la mochila en mi otra mano. Miré al conductor y le saludé con la mano, pronunciando un lento "gracias". Acto seguido, me bajé completamente del coche y emprendí mi camino en dirección a la cuesta de la escuela.

Esperaba recibir cálida compañía en el instante en el que tomé dirección hacia el inmenso portalón del que constaba la escuela. Con cálida compañía, me refería a Bruno. Su simpatía, extroversión y siempre alegre semblante, así como su pasión por hacer las cosas, me transmitían una indescriptible confianza. Deseaba que él viniera a clase y pudiésemos estar un rato charlando. Sin embargo, me encontré con una desagradable sorpresa en el momento en el que me crucé con el portalón.

La desagradable sorpresa se llamaba Camila.

Aquella poco confiable actitud pero a la vez encantos femeninos arrolladores y capacidad de imposición meramente empoderante me echaban hacia atrás e impulsaban hacia delante a partes iguales. Odiarla era irremediable; más querer que fuera mía era un placer culpable. No sabía qué sentir por ella. Y eso me hacía odiarla todavía más.

Me quedé callado frente a ella, no aguardando que me pudiera ver. Puse mis manos en los bolsillos de mi sudadera, mientras ella seguía mirando el móvil, sin percatarse de mi presencia. Me observó con esos pequeños y achinados ojos avellana, que formaron una masa de incomodidad y enardecimiento al mismo tiempo.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora