22-NÉSTOR (IV)

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-¿Qué tal todo por Coruña?

-Bien, supongo.

No hay peor compromiso que el que tener que llamar a un miembro de la familia por petición casi obligada de tus padres.

10 de Noviembre. Estaba encerrado en mi habitación, como de costumbre, con el fin de completar mis apuntes para el trabajo que tenía que presentar para la próxima semana. Me había encontrado saturado de tanto curro la noche anterior, por lo tanto, debía acabarlo ese día para procurar entregarlo lo antes posible. Lo menos que me podía permitir es que se me echase el tiempo encima cuando la fecha límite estuviese a la vuelta de la esquina.

Pero mi padre me había llamado pidiéndome que hablase con Aarón. Haría como cinco meses que no hablaba con él. Sin embargo, él había estado casi el mismo tiempo haciendo como que no existo. Así que los que tenemos que tragar con el compromiso somos los dos. Yo no tengo la culpa de que él esté más ocupado de completar su vida de ricachón en Nueva York que de centrarse en su propia familia. Porque a decir verdad, no sabría decir en quien se ha centrado menos. Si en mí o en mis propios padres.

-¿Mucho curro estos días?-Me preguntó, con un tono de curiosidad y quizá interés por escucharme. Lo cual me tranquilizó.

-Sí, bastante. Estamos a punto de llegar a uno de los informes más importantes del doctorado. Es esencial que tenga esto antes de Diciembre.

-Lo mucho que estás creciendo, Néstor-Dijo, con tono de pena-Parece que fue ayer cuando Andrea y yo te llevábamos de la mano mientras estabas aprendiendo a andar en el campo del parque.

Por poco me salió la lagrimita al recordarlo. Admito que es uno de los recuerdos más divertidos que tengo de mi infancia. En realidad, no fue un recuerdo como tal, si no más bien uno que tengo guardado en el VHS de vídeos caseros. Uno de muchos. Sería Diciembre del 1996, y yo estaba procurando ponerme de pie en el parque infantil Fontei, en A Rúa. Veía a mis hermanos, quienes tenían cinco y nueve años respectivamente, protestando porque querían subirse al tobogán con sus amigos, pero mi madre les obligaba a ayudarme. Mi padre se reía de sus quejas desde la cámara mientras hablaba, entre risas. Poco después, la cámara se cortaba para ver a mis hermanos, cada uno de una mano, haciendo que yo, niño de ni siquiera un año, me mantuviese en pie en el campo, mientras observaba el mismo con cara de shock, demostrando que era la primera vez que veía el campo desde la altura de dos patas. Pues los momentos en los cuales andaba por el campo eran mientras gateaba en el césped de la casa de mi abuela. Por alguna razón, la cual desconozco, aprendí a gatear por ahí.

Me reí suavemente, recordando el recuerdo grabado en ese ya "extraviado" VHS (Ha debido de quedar esparcido por ahí, por las trescientas cajas que tenemos en el trastero, y no se ha vuelto a saber ni de ese ni de los demás). Aarón rió conmigo. Ambos lo recordábamos con el mismo cariño.

También me sentía triste al recordar que esa relación con mis hermanos se había perdido. Ellos se habían marchado, habían comenzado a ignorarme, y tampoco mi entrada a la edad del pavo, la cual a ellos les pilló ya en sus veinte, ayudó demasiado en mi relación con ellos. Ya ni hablo de mi inesperada y repentina salida del armario a los dieciocho años, o cuando empecé con Sergio, mi novio de primero de carrera. Traerlo con tanta frecuencia a casa y hacer cosas indecentes como las que se percibía que hacíamos acentuó la fobia de mi padre. Desde entonces, el buen trato que mi familia me ofreció fue diluyéndose. Incluyendo el de mis hermanos...

A veces pienso que es una locura. Ese desprecio gracias a mi orientación sexual, que empeoró mi relación con mi familia. Pero no sólo fue eso. Si no, la desaparición de mis hermanos del mapa, que me hizo perder total contacto con ellos. A la larga, supongo que influyó un poco todo.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora