21-PALOMA (IV)

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 –No me puedo creer que me hayan fallado así... Es que sigo destrozada.

Rosalía seguía llorando en mis brazos, desconsolada. Era 13 de Noviembre, y acabábamos de terminar la clase. No obstante, yo había quedado con Néstor, y tenía que esperar a que saliera. Rosalía decidió esperar conmigo y hacerme compañía. Por consiguiente, estábamos pasando el rato en el bordillo de la playa. Ella me quería contar todos sus problemas.

Le acariciaba la espalda mientras la escuchaba, pero debía poner en marcha mis consejos.

–Lo que tus "amigos" te han hecho demuestra que son de todo menos tus amigos. No sé cómo pueden reírse de una situación por la que estás pasando sin saber la verdad. Pero lo que más me sorprende, y para mal–Miré al frente, temerosa–¿Cómo pudo aquel Iván decir eso de ti y hacerte eso después de disfrazarte de una gran amiga?

–No lo sé, Paloma. Me siento muy sola.

–No, Rosa. No estás sola. No mientras esté yo aquí, tía–La consolé.

Ella siguió llorando en mis brazos. Me sentía muy útil cada vez que consolaba a algún amigo mío. Quería que mis consejos sirviesen siempre de algo, pero a veces bastaba con, simplemente, escuchar y comprender. Me acuerdo de aquella noche en la que Laura lloró porque su novio la había dejado, aquel día tras un examen el año pasado cuando arropé a Yéssica en mis brazos tras que le hubiera salido mal el mismo, o aquella vez en la que Olivia estaba rota porque se había enterado de que una amiga de la Uni le había mentido. Sólo las arropé y las calmé. Las escuché. Estuve ahí. Sé que era lo que ellas necesitaban.

Pensaba en ocasiones la de veces que Isaac y yo nos habíamos desahogado el uno con el otro, y también me hacía sentir muy bien en esos instantes. Isaac era mi mejor hombro sobre el que llorar, y su apoyo para mí era vital, sin lugar a dudas. Siempre lo fue. Pero bueno... Él ya no está aquí. Ahora me toca apoyar y ser apoyada por toda esa gente que vendrá.

Nuestra tristeza se irrumpió en cuanto olí lo que se semejaba a una colonia Jean Paul Gaultier masculina comprada en el Corte Inglés de la Gran Vía. También pude observar ese chaleco negro por encima del jersey verde de Puma con sólo mirar de reojo. Desde luego, no me gustaba ninguna de las dos cosas.

"Hablando de falsos..." Pensé.

Nicolás me sonreía con los ojos entrecerrados e inseguro. Yo me quise alejar rápido de él, pero no quería soltar inmediatamente a Rosalía. No obstante, la falta de confianza que ese hombre me transmitía me hacía querer salir corriendo hasta la China, si hiciese falta, y no volver nunca más.

Me solté de Rosalía y lo miré, cruzando los brazos y apretando los labios, levantando un poco el superior. Él seguía teniendo la misma expresión confusa y distante. Rosalía lo miró también, e inclinó la cabeza, volviendo la vista hacia mí.

–¿Qué quiere este?–Me susurró.

–Paloma...–Añadió él, con un tono de voz más elevado.

No le quería hablar. Me permitía hablar con cualquiera. Mira, hasta con el mismo Abascal, si hiciese falta. Pero no con él. Jamás. Ni una sóla palabra le iba a dirigir.

Me giré y me crucé de brazos, haciendo el amago de levantarme. Mi amiga hizo lo mismo que yo. Él seguía estático, en la misma posición. Me estaba incomodando severamente. No tenía más dilación que decirle algo por su propio bien.

–¿Qué coño quieres?–Protesté

–¿Podemos hablar?

Se me iban a acabar hinchando las putas pelotas. Enserio.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora