7-CAMILA (II)

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4 de Septiembre. Era mi primer día.

Tenía las clases a las diez de la mañana en la propia Playa de Bastiagueiro. Estaba nerviosa, no voy a mentir. Debía de estar ahí media hora antes, y me desperté con dos horas de margen para ir completamente preparada.

Cualquiera podría ver esto como una tragedia. Es decir, madrugar tanto, con tanta antelación, un fin de semana... Desde mi punto de vista, no está tan mal. Es decir, trabajo desde las ocho en un supermercado y me despierto a las seis y media siempre para llegar a tiempo. Dormir hasta las ocho para mí era lo más cercano al paraíso que podría haber conseguido en toda la semana.

Me levanté a la hora indicada y sigilosamente. Carlos no sabía que me marchaba a hacer surf. No pensaba decírselo, porque si no se quejaría. El típico dilema de siempre: "No pasas tiempo conmigo por la semana y ahora me ignoras por los findes", "Qué es eso de surf, no has hecho surf en tu vida" (o cualquier otra frase que pudiese ridiculizarme), "Más vale que ningún musculoso te meta mano", entre otras riñas. Con lo cual, decidí ocultárselo.

Y dirán "pero se podía despertar y no verte". Por eso no habría problema. Carlos pasa mucho tiempo de fiesta, y también carece de trabajo. Así que no se despierta hasta las dos de la tarde, o tres, si le dejan. Yo salía a las doce, así que estaría en casa a la una, le haría la comidita y se la dejaría lista para cuando se despertara. Aparecería, me daría un beso en la mejilla y se pondría a comer, dándome las gracias por ser una mujer tan productiva con él.

De momento, el plan parecía perfecto.

Acudí andando. Temblaba mientras caminaba. Tenía miedo de perderme, de tener problemas para montarme encima de la tabla, de no encontrar los neoprenos, de no entender las explicaciones del profesor... Todas las dudas de todo lo que podría hacer mal acabaron invadiendo mi mente. ¿Qué pasaba si era muy mala surfeando o no conseguía cogerle el punto? ¿Qué podría sucederme si no atendía a la clase? ¿Y si el profesor me trataba tan mal como el jefe?

Y lo más importante.

¿Qué iba a pasar con mis noches de fiesta? ¿Con mis amigas? Tendría que contarles que voy a surf y... Se lo contarían a Carlos.

Bueno... Quizá estaba pensando demasiado.

Eso fue lo que pensé en el instante en el que llegué a la playa y vi a mis compañeros frente a la puerta de la escuela.

Eran dos chicas y un chico. Entre los tres, parecían muy felices. Muy amigos. Se reían mientras hablaban, comentaban cómo podrían ser las clases de hoy y las venideras, así como las ganas que tenían de meterse bajo el agua y agarrar la tabla. Quería acoplarme y contarles que yo también estaba entusiasmada. Poder hablar con ellos. Sin embargo, me senté en el otro lado del bordillo. Me daba miedo.

No quería acercarme a ellos... Eran españoles blancos.

No tengo casi ningún amigo español. Tengo mala experiencia con los no inmigrantes. Además, tienen otras fijaciones que no sea salir de fiesta. Es decir, cuando yo salgo y les llamo, no me dicen que sí siempre. De qué sirve llamar a alguien "amigo de verdad" cuando no sale contigo de fiesta las veces que tú anhelas. No obstante, no era ese el único motivo. Había mucho más. Si sacara todo lo que he vivido cuando llegué a España...

Si tuviera que contar eso, haría esta novela más larga de lo que ya puede que sea.

Me mantuve lejos de ellos durante un par de minutos, hasta que de pronto escuché la voz de una de las chicas:

-¡Eh!

Miré. Podría no haber sido dirigido hacia mí, pero no había nadie más frente a la puerta. Me humedecí los labios y miré hacia el grupito. Una de las chicas, sospeché que la que me había llamado, me sonrió abiertamente. Sentí seguridad en el instante en el vi sus felices ojos y percibí una sonrisa bajo su gran mascarilla.

Los Colores de Las OlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora