Camisa de once balas I

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Thalía

–¿Qué? ¿Ya chingaron? –sonrió Martin.

–Dios, eres imbécil.

–Meh, me suda la verga –soltó Momo.

–Bien por ti. ¿Te aplaudo?

–Sos un poco pesada pero te queremos igual –dijo Duko divertido.

–¿Ves? Eres un amor.

–Y también diestro –dijo para después guiñarme un ojo.

–Hostia... –dije apartando la mirada.

–Cerdo –soltó Mauro.

–Ah y vos no.

–Ehh, mejor me voy yendo.

–¿Por?

–Tengo sueño.

–Ten cuidado –dijo Biza.

–Sí... sí.

–Adiós, linda –dijo Duki con una sonrisa.

–Adiós, adiós.

–Chau, mi amor –sonrió Mauro.

Sonreí y me fui a mi casa y me quedé pensando en lo que me dijo Duko, diestro en el sentido de los dedos... Dedos cuales me quería meter. Dios... Llegué a mi casa y me tumbé en mi sofá suspirando, no sé por qué mi cabeza no dejaba de reproducirme esa clase de imágenes mentales, y menos con él. Joder, así las cosas difíciles. En fin, encendí la televisión y me puse mi serie favorita –Outer Banks–, tranquilamente y luego me hice la cena y ahí me quedé, acabandome la primera temporada. Al poco rato recibí un mensaje de un número desconocido.

>¿Llegaste bien?

<¿Quién eres?

>Tu diestro favorito.

<Joder, Duko... Sí, llegué bien.

>Perfecto. ¿No tenés nada sobre la mesa?

Fue decirme eso y darme cuenta de que había una cajita envuelta.

<¿Que es eso?

>Ábrelo.

Qué buenas pistas me das.

<No jodas...

Dejé el móvil sobre la mesa y cogí aquella caja, y para variar, algo de Versace esta vez un brazalete, esta gente tenía MUY buen gusto para las joyas.

<¿Y esto por que?

>Me apetecía.

<Es muy bonito, gracias, pero no deberías gastar dinero en mí...

>¿Hay algún problema?

<No, claro que no, pero puedes gastarlo en cosas mejores.

>¿En qué? Tenemos tanta lana que ya no sabemos ni qué hacer con ella. Si la podemos invertir en algo.

<Bueno... muchísimas gracias.

>De nada, nena.

<Nena... ¿ahora ya no soy pelotuda?

>Nah, me cansé de ese apodo.

<Será eso...

>¿Y qué va a ser?

<No, nada.

>No, nada no. Ahora me lo decís.

<¿Por qué me dijiste eso antes?