13

20 2 0
                                    

Thalía

–¿Creen que sobreviva? –preguntó Tiago.

–No lo sé... yo hice lo que pude.

–Sinceramente me dolería que muriera, puede ser un cabrón pero sigue siendo amigo nuestro...

–Hierba mala nunca muere –dijo Momo seguro de sí mismo, y justo en ese momento apareció una de las enfermeras.

–¿Está todo bien? –preguntó Mauro.

–Milagrosamente sí, le sacaron la bala antes de que más sangre de la debida inundase los pulmones. Hay más probabilidades de que sobreviva, pero aún no sabemos cómo reaccionará a la intervención.

Yo suspiré y me volví a sentar.

–En unas horas les digo –dijo volviendo a irse por el pasillo.

–Esto es una tortura.

–Y qué lo digas. ¿Al final como quedo la cosa?

–Los matamos a base de francazos –dijo Tiago mientras se pasaba el dedo cuidadosamente por las grapas que le habían puesto en la frente por una brecha que se había hecho. Yo por suerte solo tenía heridas leves.

–¿Los matasteis a todos?

–Sí, solo quedaron tres que casi se comen los perros.

–A esos me los cargué yo –dijo Eladio.

–¿Ya ha acabado todo?

–... No. Rusia es muy grande y la Priviet tiene demasiados contactos.

–Joder...

–Tranquila.

☆☆☆

–Él está bien, necesitará descansar mucho, pero vivirá tranquilo y sin secuelas.

–Dios, menos mal. ¿Puedo ir a verlo?

–Claro, se despertará dentro de poco.

–¿Os importa si voy yo? Sino, puedo ir después.

–Vete, tú le salvaste –dijo Momo, sonreí y fui con él, aun seguía dormido, pero me quedé esperando a que despertara mirándolo dormir tranquilo. A los diez minutos despertó y trato de procesar.

–La puta madre... ¿Aún respiro?

–Que susto nos diste, menos mal que estás bien. ¿Cómo te encuentras?

–Bueno, tirando. Me duele el pecho como si me hubieran apuñalado con un palo de billar.

–Pobre...

–Bah, se me pasará. –Y tan tranquilo– ... Quiero un cigarro.

–No. Te vas olvidando de los cigarros un tiempo.

–Joder...

–Encima, deja de quejarte. –dije frustrada.

–Disculpeme señora.

–Tonto.

–Pesada, pero te amo.

–Veeenga, dame un beso –puse mi mejilla, y él me cogió de la cara con su mano y me besó, pero no precisamente en la mejilla.

–Perdón.

Y como si nada.

–No pasa nada.

–Te daría otro pero como que no.

–¿No era que respetabas a Mauro?

–... Sí –dijo apartando la mirada.

–Y luego te me echaste encima por lo de Tiago, yo flipo.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora