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Ryan

Estaba colado perdidamente por mi mejor amiga. Sí. Pero por alguna razón nunca intenté nada. Solo fui cariñoso, porque la quería más que a mí mismo. Y tenía que olvidarla de alguna manera, porque ella no estaba por mi. Por lo cual me fui con la primera que me llamó la atención. Lana. Su mejor amiga. Dani se había enfadado conmigo, y yo fui un imbécil porque le hablé mal. A la persona que me había visto crecer y me quería más que a nada. Joder.

Habían pasado dos semanas, y Lana empezaba a comportarse de mala manera conmigo. No me dejaba ni saludar a mis amigas, ni siquiera a las más cercanas, y vivía pegada a mi. Era una sanguijuela, me estaba poniendo histérico, no me dejaba vivir. Lo peor, es que se había enrollado con otro tío estando conmigo. Dani tenía razón. Me iba a hacer daño. Pero yo no la quería, así que no me afectó demasiado. Solo me afectaba estar lejos de ella. De Dani. De mi solecito. Mi rayito de luz.

–Lana, tenemos que hablar.

–¿Qué?

–No puedo seguir contigo, esto no funciona.

–Joder, por fin.

–Pero si eras tú –que tonta…

–Estaba esperando a que tú lo hicieras.

–Bueno, que te dejo, ahora no vuelvas a aparecer por mi vida, graciaaas.

Y como si nada, me piré. Me sentí libre. Así que me fui tan feliz a recuperar a mi niña. La echaba de menos. Ahora solo esperaba que me perdone por ser idiota con ella. Al llegar a la mansión, todos me miraron con mala cara, como lo habían estado haciendo desde que estaba con esa… no voy ni a nombrarla.

–La he dejado.

–POR FIN –celebra mi madre.

–Ahora vete a por Dani –me mira Thalía.

–¿Ella está bien?

–No –Abril me mata con la mirada, y yo no lo pensé dos veces.

–¿Dónde está?

–Donde siempre –el columpio.

Salí corriendo fuera, y la vi allí, con el móvil. Una vez más paré el columpio para que me mirase.

–Dani…

–¿Si? –ni siquiera me miraba.

–Perdoname.

–Supongo que no pasa nada –deja el móvil y me mira.

–Lo he dejado con ella, y me he dado cuenta de muchas cosas…

–¿De qué cosas?

–De que estoy enamorado de ti, por ejemplo.

–Ah… –no la estaba tocando y sabía lo rápido que su corazón empezó a latir, porque la conocía. Aunque a ella no le gustaba, necesitaba soltarlo.

–¿Puedo besarte? –necesitaba sentir sus labios aunque fuera una vez en toda mi vida.

–No te rías de mí –¿Eh? La miré extrañado–. No he besado a nadie.

–¿Y? Yo te enseño.

–Vale…

Entonces yo la levanté del columpio y acuné su rostro y la besé. Sus labios se movían con descoordinación. No me molestaba en nada, por lo menos la estaba besando. Cuando pilló el ritmo se entregó más en el besó y ahí vi las estrellas. Me flipaban sus labios, eran suaves y blandos. Mis brazos se rodearon en su cintura, pegando su cuerpo a mí. Necesitaba más. Se separó de mí y apoyo su frente en mi pecho con la respiración entrecortada. Le dejé caricias en su pelo.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora