38

16 1 0
                                    

Abril

Sí, años después aún no había habido ningún acercamiento con Tiago. Siempre me miraba, y no me quitaba los ojos de encima. Fuera la ropa que fuera la que llevaba, o la apariencia que tuviera. Siempre me miraba como si fuera lo más bonito del mundo. Y eso me confundía. Dormíamos muchas noches juntos, no pasaba nada. Solo me abrazaba. Pero yo sentía un deseo desesperado por Tiago. Además, había llegado el verano. Hacía mucho calor, y él y yo acostumbramos a dormir en ropa interior. Cosa que empeoraba. Como ahora por ejemplo. Lo tenía al lado, en simples calzoncillos. Joder. Además eran grises, básicamente, se le notaba toda la... bueno, ya sabéis. Y por ese motivo me costaba tanto dormir en verano cuando Tiago estaba a mi lado. Porque me excitaba. Y no podía dormir de pensar en él.

-Me estás comiendo con los ojos.

-Pues sí.

-Me estás poniendo nervioso -me mira a los ojos.

-Que pena -me pongo de espaldas a él.

-Una muy grande.

Noto que mi culo está pegado a él, y ese bulto. Se me entrecorta la respiración. Me afectaba demasiado todo lo que tenía que ver con Tiago. Noté sus labios en mi cuello, y su mano en mi vientre, subiendo poco a poco.

-¿Qué haces...?

-Nada.

-Pues sigue haciendo nada.

Sigue con su juego, esta vez presiona mi cadera hacia abajo, noto su miembro aún más cerca de mi. Me moví sobre esa erección, con la necesidad de sentirla más. Lo noto sonreír contra mi cuello, aprieta mi cadera entre sus manos, muerde mi cuello levemente.

-Te llevo teniendo ganas desde que cumpliste esos putos dieciocho...

-Hazme tuya, Tiago.

Y no tardo nada en girarme y besarme con ganas. Acaricié su torso, haciendo un recorrido de caricias hasta el elástico del calzoncillo. Quería tocarlo. Necesitaba tocarlo. Él, como si me leyera la mente posicionó mi mano sobre el bulto. Entre los dos bajamos ese elástico y liberamos ese miembro duro. Suspiré y a los segundos ya lo estaba tocando. Y solo ese acto me puso a mil. Su cara, sus gemidos. Como gemía mi nombre, como me miraba. Y esos labios entreabiertos.

-Ahora me toca a mí.

Se posicionó sobre mí, arrancándome las bragas, las ganas le podían. Fue delicado, sabía que yo aún era virgen. Acaricio ese punto de nervios, para estimularme y poco después adentrar sus dedos en mí. Al principio era una sensación rara, pero al pasar los minutos era todo placer. Besó mis labios para callar mis gemidos, y acabó metiendo esos dedos hasta los nudillos. Tuve que dejar de besarlo para soltar esos gemidos que estaba reteniendo. Él me mordió el labio de esa manera que hizo volverme loca y pasó a mi cuello mientras sus dedos se movían en mi interior. Empezó a dejar besos por mi cuello, seguido de mi clavícula y mis pechos, para luego acabar besando mi abdomen, mi ingle y por último, dar una buena lamida a mi intimidad. Se me cortó la respiración. Era algo nuevo. Algo que podría acabar conmigo. Algo que me aceleró el corazón de una manera que no entendía. Siguió lamiéndome, succionaba, chupaba, mordía, besaba... Me estaba volviendo loca. Tenía tanta experiencia que ni yo me lo explicaba. Subió dejando un camino de besos por mi abdomen y como pudo se deshizo de mi sujetador para jugar con mis pechos y mis pequeños montes erectos. Mete uno de ellos en su boca mientras que el otro lo complace con su mano, y con la diestra, se dedica a seguir metiéndome los dedos.

-Te quiero dentro...

-Primero quiero que te corras en mi boca -me mira a los ojos, su cadena cuelga de su cuello, balanceándose ligeramente.

Entonces volvió a bajar a mi intimidad y me entregó ese orgasmo que me hizo poner los ojos en blanco. Se pone recto para mirarme, veo su miembro, está duro, y es grande. Se puso un condón que sacó de su cartera y se restregó contra mis pliegues. Sus jadeos inundaban la habitación, mientras que los míos se convierten en pequeños gemidos. Mete su miembro en mi lentamente, noto un dolor increíble al principio. Tiago se queda ahí mientras yo me acostumbro, me besaste todos los rincones de mi cara, haciéndome sentir segura.

-Relájate -dice para luego empezar a moverse poco a poco.

Por suerte, ese dolor fue disminuyendo a raíz de las embestidas, de las caricias y la excitación. Sus manos apretaron mi cadera, mientras que él empezó a moverse un poco más rápido. Uno de sus brazos se fue al lateral de mi cabeza, mientras que la otra permanecía en mi cadera. Me tenía acorralada, y yo estaba gozando.

Cuarenta minutos después estábamos abrazados en mi cama, desnudos. Sin vergüenza. Había disfrutado de este momento. Y más cuando había sido con él.

-¿Te hice daño?

-No -le sonreí, él sonrió también y dejó un beso en mi mejilla.

-¿Seguís enamorada de mí?

-Nunca he dejado de estarlo -suspiré.

-... Si sabes que no he dejado de mirarte desde el día que te besé, ¿no?

-Sí, me he dado cuenta.

-¿Y eso no te dice nada?

-Quiero que me lo digas tú.

-Me estoy enamorando de vos. De hecho, no toqué a otra mujer que no fueras vos.

-Te quiero.

-Lo sé -sonríe-. Me dolía tanto verte sufrir por otros hombres... Siempre estaba con vos, hacía todo por vos, estuviera ocupado o no me tomaba el tiempo de buscarte porque sabía que no estabas bien -noto como sus brazos me aprietan con un poco más de fuerza.

-No... no sé qué decir.

-Ni falta que hace, solo abrázame.

Y eso hice. Estuve horas entre sus brazos. No quería moverme de ahí. Estaba feliz. Él me daba besos, me acariciaba, me abrazaba... si, me sacaba diez años, pero no me importaba. Estaba enamorada de él.

A la mañana bajamos y me encontré a mi hermana y a Ryan súper acaramelados en el sofá. Uy, ¿que había pasado aquí? ¿Que me había perdido? SE BESAN. Lo sabía. Es que yo lo veía venir. Sus miradas, siempre habían hablado de más. Pero eso dejó de importarme cuando noté unos brazos rodeándome por atrás y un beso cayó en mi cuello.

-Buenos días, nena -la voz de Tiago me eriza la piel.

-Buenos días -me giro para sonreírle.

-A ver cuándo repetimos lo de anoche... -me guiña un ojo y vuelve a besarme.

-Cuando quieras.

-Hecho -sonríe.

Uno de sus besos vuelve a presentarse en mi mejilla, para luego separarse de mí. Me fijé en como mi hermana y Ryan se iban para las habitaciones entre besos y caricias. Ay-dios-mío. Mi hermana acababa de cumplir dieciséis y Ryan tenía dieciocho. Era más listo que el hambre, se hacía el tonto, que era otra cosa. Me reí yo sola y fui a la cocina con Tiago para preparar algo de desayunar. Mis padres creo que se habían ido a nuestra casa para pasar tiempo solos. Sí, todos sabemos que significa eso. Tiago no me quitaba los ojos de encima, ahora no disimulaba una mierda, me miraba de la forma en la que cualquier chica querría que la mirase un hombre. Me temblaba cada músculo bajo esa mirada. Estaba sometida ante él. Me miraba de arriba a abajo, me estaba volviendo loca.

-Para...

-¿Por qué? ¿Te pongo nerviosa, mi amor? -dónde está Tiago y quién eres tú.

-Sí, imbécil.

-Una pena.

-Ajam...

Él después hizo como si nada y se comió sus cosas, este hombre un día va a matarme...

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora