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Abril

Me lo había pasado increíble con Alejo, lo había visto desnudo, me había excitado al notarlo, pero quitando eso todo fue muy guay.

Al volver a casa estoy egura que me esperaría bronca. Y así fue, y dios, me daba mucha rabia. Después se fue por su lado, y yo me quedé sola. No entendía nada y cada vez estaba más harta. Oí un golpe seguido de un grito.

–ES MI HIJA, ANIMAL –papá, no… joder…

–¡¿Estás loco?! ¡Casi me arrancas una muela!

–¡Ojalá haberte dislocado la mandíbula!

Fui a donde provenían los gritos.

–¿Qué os pasa?

Me acerqué a Tiago, estaba herido.

–Mira, ya sabes que te dije que hicieras lo que te hiciera feliz, que…

–Yo…

–CALLA.

–¡Parad los dos! ¿Me podéis decir qué pasa?

–¡Tu padre me reventó la cara de una piña!

–¡Te lo mereces! ¡Te estás cargando a mi hija! –el dolor quebraba la voz de mi padre.

–Papá, te dije que me ocupaba yo…

–NO. ¡Estoy harto! ¡Te apagó!

–No…

–¡Yo no la apagué, imbécil! –la mirada de mi padre se tornó en una que podría apagar un infierno, me apartó de él y agarró a mi novio del cuello.

–Atrévete a faltarme al respeto de nuevo y te vuelvo la cabeza de cuatro balazos, Tiago.

–Papá, para, por favor.

–Abril. Te amo, muchísimo, pero no puedo soportar que este cabrón te haga esto, está todo el día machacandote, sacándote lo malo, queriendo tenerte comiendo de su mano, ¡me pone enfermo! –lo mira con furia, Tiago tenía miedo, se le veía en los ojos.

–Ya hablaremos nosotros, no te preocupes –voy al lado de mi padre, en cuanto él lo suelta, Tiago se soba el cuello, le había hecho daño.

–Ojala que abras los ojos, mi vida… –y se va, sin decir nada más.

–¿Estás bien?

–Sí. Mira… Mejor que lo dejemos. No quiero más situaciones de estas.

–¿Qué? Tiago, no…

–Terminamos.

–Eh… bueno. Vale.

–Sí, vale –él abandona la cocina y yo me quedo clavada en el sitio.

Me senté en el suelo y lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Acababa de dejarme. De la manera más fría que podía. Oí pasos entrar, y al alzar la vista vi una mano tatuada tendida delante mía. No veía bien, veía borroso por las lágrimas.

–Dale, levanta… –se pone de cuclillas para mirarme–. O al menos dame un abrazo.

–Abrázame.

Duki rodeó sus brazos en mi y me dio todo el apoyo que tenía y que yo necesitaba. Lo quería muchísimo.

–¿Te terminó?

–S-sí.

–Lo siento, nena.

Acaricia mi pelo mientras yo sigo llorando con todas mis fuerzas en su hombro. No sabía en que momento habíamos llegado a esto. Toxicidad, celos y ahora me deja, cuando decía estar enamorado de mí.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora