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Abril

Un mes después, un día cualquiera, fui al baño y vi sangre en mi ropa interior. No. No. Esto no podía ser. Que sea una pesadilla, vamos. Traté de despertarme, pero no, no lo era. Sin decir nada a nadie, fui al medico a que me dijeran que por favor, mi bebé estuviera bien. Por suerte, lo estuvo. Casi me da un infarto. Había sido provocado por estrés. La verdad, había estado estresada. Desde el beso de Tiago, el propio me había estado evitando todo el rato. Y eso me rompía. Trataba de hablar con él, pero no me dejaba, siempre se iba a otra habitación, era como si no quisiera saber nada de mi. Quería hablar con él, salir con nuestra hija juntos a dar un paseo, pero de nuevo, me alejaba de él. Volvía a vivir la misma pesadilla. Ysy me decía que lo dejase a su rollo, pero había algo en mí que me lo impedía, necesitaba estar bien con él.

Volvía a tener las manos rasguñadas, y se pasaba los días en el gimnasio, reventándose los puños. ¿Y cómo lo sé? Lo miraba sin que él se diera cuenta. Y me derretía, cada día estaba más guapo, y yo no sé por qué estaba diciendo estas cosas. La niña se preocupaba por él, y él siempre le decía que se había caído de puños.

Desde que estaba Tiago aquí, mi marido y yo estábamos más distanciados, yo, por alguna razón quería ir con Tiago todo el rato, pero ahora no. Pasaba de mí, y me estaba haciendo muy mal eso.

Él un día pareció darse cuenta, recién salía del gimnasio y se topó conmigo. Lo miré con anhelo.

-No te veo con tu marido.

Le cogió asco, por lo que sé.

-Tampoco es mi sombra, no vamos pegados todo el día.

-Ajam.

Va a irse, pero no quiere, y yo lo sé. Esto era incómodo, y era lo último que quería.

-... ¿Qué tal las manos?

-Mal.

-Vaya.

-¿Qué tal el embarazo?

-Bien, el otro día tuve un susto, pero bien.

-¿Por?

Estaba haciéndolo. Eso de ponerse una coraza que no es él. Cuando sé que si le pregunto si está bien se echará a llorar.

-Manché sangre. Pensaba que había perdido al bebé, pero solo fue por estrés.

-¿Estrés? ¿Te pasó algo?

-Sí. Qué huyes de mí.

Él se tensa y baja la mirada. Ahora el perro ya no es tan fiero cómo quiere hacer ver.

-Da igual. No te sientas culpable.

-Es inevitable...

-Supongo.

Vuelve a mirarme a los ojos y se muerde los labios, para luego en un impulso, abrazarme. Menos mal. Lo necesitaba. Él se queda un rato así, hasta que decide acariciarme el pelo, y una ola de recuerdos me invade.

-No vuelvas a hacer esto. Pensaba que volvía a perderte.

-Lo siento, pero no sé si me dolió más ese beso o que ya no tuviera oportunidad de volver contigo, porque era tan idiota que la veía...

-Te voy a querer siempre, Tiaguito.

-No... no me llames así...

Veo lágrimas en sus ojos cuando se separa ligeramente para mirarme.

-No, no... lo siento.

-Da igual.

-No llores o lloro yo también.

Camisa de once balas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora